Argentina: El «modelo», cada vez más incompleto
Desde la tribuna política, Néstor Kirchner incita a votar por el modelo económico como carta ganadora para 2011. Desde el atril, Cristina Kirchner asegura que hay que profundizarlo. Para el matrimonio K y sus aliados sindicales, el "modelo" tiene hoy un solo significado: que la actividad económica crezca a marcha forzada (en lo posible, más de 8% anual), con fuertes anabólicos internos (suba del gasto público, semiindexación de salarios, tasas de interés negativas, retraso cambiario, crédito y tarifas subsidiadas; todo para impulsar el consumo) y sin preocuparse por las consecuencias inflacionarias y otras debilidades que pueden comprometerlo en el futuro.
El "modelo" ya no es lo que era en el período 2003-2006, cuando se asentaba sobre tres sólidos pilares (superávit fiscal y externo, y tipo de cambio real alto). Más bien se asemeja a un rompecabezas que va perdiendo piezas.
De aquellas tres columnas sólo queda en pie el superávit comercial, apuntalado por las exportaciones de soja y la demanda brasileña de autos, pero erosionado últimamente por el aumento de las importaciones. El dólar alto va camino a dejar de serlo, ya que ahora se utiliza como freno para evitar que la inflación se desboque. Un cálculo del Estudio Broda estima que si la inflación anual subiera otro escalón (a 26-28%) y el dólar cotizara entre 4,20 y 4,40 pesos a fin de 2011, el tipo de cambio real se aproximaría al 1 a 1 de la traumática salida de la convertibilidad. El superávit fiscal primario es de papel: el imparable gasto público de los últimos años debió ser cubierto sucesivamente con la suba de retenciones, los aportes y ahorros de los futuros jubilados en las ex AFJP, la emisión de las utilidades contables del Banco Central y el uso directo de sus reservas para pagos externos, pese al aumento de la recaudación tributaria. Aún así, las cuentas cierran con un creciente impuesto implícito – el inflacionario-, que no requiere de declaraciones juradas ni vencimientos mensuales, pero que pagan diariamente todos los argentinos y cuya posibilidad de eludir es nula para los consumidores más pobres o de ingresos fijos.
A falta de piezas clave del modelo, el gobierno de CFK las sustituye con marketing político. La consigna es hacer de cuenta que no existe la inflación (la más alta del mundo detrás de la de Venezuela) o que, en todo caso, es una ventaja porque agranda los números de todos los ajustes, de salarios y de gastos. Es lo opuesto a lo que ocurre en Brasil, donde el presidente Lula acaba de subir las tasas de interés para evitar que trepe más allá del 6% anual y fortalecer las chances electorales de su candidata a sucederlo. Los últimos días han sido un muestrario de aquel enfoque marketinero de una economía inflacionaria.
Detrás de la inflación
El show montado en la Casa Rosada para anunciar, con ovaciones incluidas, los aumentos de jubilaciones y asignaciones familiares, buscó transformar el mero cumplimiento de la ley de movilidad previsional en un acto de generosidad oficial. En realidad, el Gobierno precipitó el anuncio sólo para ganarle de mano a la oposición en el Congreso, que esta semana tiene previsto tratar el proyecto para equiparar las mínimas al 82% del salario mínimo vital y móvil (SMV).
Con el aumento anunciado prematuramente para las jubilaciones, la mínima equivaldrá al 76,4% del SMV. Pero sólo por poco tiempo, ya que el Gobierno también convocó al Consejo del Salario Mínimo para ajustarlo, probablemente en dos o tres etapas como en 2009. Si el SMV se elevara en primera instancia de 1500 a 1800 pesos mensuales, esa equivalencia bajará a 63,6%. No obstante, quienes impulsan el 82% móvil se arriesgan a gatillar un arma de doble filo: del insuficiente mecanismo automático de movilidad previsional – que siempre queda rezagado frente a una alta inflación- podría volverse a un sistema discrecional dependiente del Poder Ejecutivo. De hecho, el Ministerio de Trabajo no tiene -por ley- plazos ni parámetros fijos para ajustar el salario mínimo vital. En caso de que éste quedara desactualizado en el futuro, lo mismo ocurriría con las jubilaciones mínimas.
Aún así, el próximo ajuste automático de casi 17% (el doble que el anterior, porque la mayor inflación elevó los salarios en blanco y los aportes e impuestos que van a la Anses) tiene sus bemoles. Como se percibirá en septiembre, para entonces habrá perdido algo más de 4% de poder adquisitivo, si la inflación mensual se mantiene desde julio en adelante en 2% mensual como prevén varias estimaciones privadas. No es una buena noticia seguir corriendo detrás de la inflación para los casi cinco millones de jubilados que cobran la mínima y pasarán a ganar 151 pesos más por mes hasta marzo de 2011. Tampoco para los que se ubican por encima de ese nivel, ya que el aumento se aplica sobre una base deteriorada por varios años (2001-2006) de congelamiento de haberes. Si bien las jubilaciones mínimas crecieron en la era kirchnerista por encima de la inflación, el sentimiento de desamparo de la clase pasiva surge del achatamiento de la pirámide: en 2001 sólo el 30% cobraba la mínima y en 2010 esa proporción trepa a 77%. En esta franja se incluyen los 2 millones de nuevos jubilados que ingresaron en las moratorias de 2007-2008, y cuyos ingresos salen del mismo "pozo común" de la Anses, que iguala a quienes aportaron durante toda su vida laboral con muchos que nunca lo hicieron.
De las "ganancias" de la Anses por comprarle bonos al Tesoro surge además el pago de asignaciones por hijos menores de 18 años, que aumentarán 22,2% (de 180 a 220 pesos mensuales). Sólo el marketing político haría comprensible que CFK se haga aplaudir por compensar la pérdida de poder adquisitivo de esta necesaria ayuda social a sólo nueve meses de haberla puesto en marcha, cuando hasta las inverosímiles estadísticas del Indec registran una suba acumulada de 20,5% en los precios de la canasta básica alimentaria en el primer semestre.
También la pertinacia oficial en desconocer la inflación explique por qué la Presidenta se haya extrañado, en la celebración del aniversario de la Bolsa de Comercio, que el dólar siga siendo el punto de referencia para el ahorro y la inversión en la Argentina. Lo hizo al desalentar pragmáticamente la idea de eliminar los encajes al ingreso de capitales externos. Con tasas de interés negativas frente a la inflación pero altas frente a un dólar casi "planchado", era previsible la entrada de fondos golondrina para hacer diferencias de corto plazo, que complicarían aún más el programa monetario del Banco Central.
Con el actual modelo inflacionario, la misión del BCRA de ahora en adelante será financiar al Tesoro más que preservar el valor del peso. Sin ir más lejos, los subsidios a las tarifas energéticas y de transporte y a empresas estatales como Aerolíneas sumaron, sólo en la primera mitad de 2010, un 5% más que los 18.500 millones de pesos anuales que insumirá el promocionado aumento de jubilaciones y asignaciones familiares.
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