Lula se está poniendo viejo
Primero nos sorprendió con sus infortunados comentarios sobre los presos políticos en Cuba, los que hacían huelga de hambre para exigir al régimen de la isla un mínimo de respeto por su dignidad humana. Los comparó con los delincuentes comunes que están presos en las cárceles de San Pablo.
Ahora, el presidente brasileño aclara que no piensa interceder a favor de Sakine Mohammadi
Ashtiani, la pobre mujer iraní condenada a muerte con la execrable pena de lapidación por haber mantenido “relaciones ilícitas” con dos hombres, hecho por el cual ya fue castigada con 99 latigazos y cuatro años de cárcel.
Lula Da Silva no quiere complicar las buenas relaciones que ahora mantiene con su nuevo amigo, el abyecto presidente de Irán Mahmoud Ahmadinejad. Dice que, aunque “personalmente” está en contra de que una persona tenga que ser apedreada, es preciso respetar las “reglas internas” de cada país, evitar cualquier tipo de injerencia.
Creo que tuvo razón el presidente del Brasil cuando días atrás, en el transcurso de una entrevista televisada, se nos puso sensible y echó unos cuantos lagrimones al recordar sus buenas acciones para con un grupo de pobres cartoneros de la periferia de San Pablo. Para justificar su súbita e inesperada emotividad, Lula se disculpó con la periodista advirtiéndole que, seguramente, el problema era que se estaba “poniendo viejo”.
Es cierto, viejo y desmemoriado. Habría que pedirle a algún asesor, o quizás a su señora esposa, que le recuerde un poco sus combativas épocas de dirigente sindical metalúrgico, durante los oscuros años de la dictadura militar, cuando reclamaba respaldo internacional para defender su causa y la de los suyos. No solo la de él, sino también la de la democracia, la de la libertad y la de la justicia social.
¿Tanto transforma el poder a los hombres? Parece que sí. Poco queda de aquel aguerrido presidente del Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo del Campo que con sus huelgas ayudó a derribar al régimen militar instaurado en 1964, y que fue encarcelado en 1980 bajo la acusación de violentar la ominosa Ley de Seguridad Nacional.
Es desolador constatar los ruinosos efectos de la pérdida de la memoria. Pero, aunque no lo recuerde, Lula sabe perfectamente que en materia de vigencia de la democracia y respeto por los derechos humanos las fronteras de la soberanía de los Estados se dilatan ampliamente, y los viejos conceptos de no intervención ceden en favor de la defensa y la promoción de la dignidad de las personas.
De no ser así, nadie entendería su “intervencionismo” en el reciente caso de Honduras, cuando un golpe de Estado se registró allí un año atrás. En defensa de la democracia, Lula no temió desafiar al régimen de Roberto Micheletti, dio refugio en su Embajada al depuesto presidente Zelaya y hasta se permitió poner trabas al reconocimiento internacional del nuevo mandatario, Porfirio Lobo. Todo ello, fruto de la nueva doctrina del derecho internacional sobre protección de la libertad y de los derechos humanos.
Pero todo ello se conculca cuando se trata de Cuba, Venezuela o Irán. ¿Qué será lo que tienen estos países que allí la universalidad de los derechos humanos puede ser pasada por alto? ¿Serán los negocios que los unen con Brasilia? Démosle el beneficio de la duda, admitamos solamente que Lula, como él mismo lo asegura, se está poniendo viejo; que el inexorable paso del tiempo ha minado la capacidad rememoradora del presidente, causando estragos irreparables en la retención de sus recuerdos.
Es devastador constatar el gradual e irremediable deterioro que sufre nuestro organismo con el transcurso de los años. Pobre Lula, se nos está poniendo viejo.
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