Envidia al Perú
LIMA. – Luego de siete años regresé a esta ciudad, invitado por su Feria del Libro. Confieso que me asombró. Sus calles limpias, los muros bien pintados, infinitos trabajos de restauración, incontables nuevos edificios, tareas para mejorar el tránsito, embellecimiento de la costa y un clima general de optimismo generan una impresión fuerte. Se celebraban las fiestas patrias y, como argentino, me dio placer corroborar el amor de este país por San Martín, a quien incluso en la prensa se lo celebra como más querido que Bolívar, dato explícito que no tienen pudor en disimular.
No soy de los que caen fácilmente en una precaria competencia de próceres, pero quizás en el Perú se insiste en la energía de este vínculo para referirse -de modo oblicuo- a la firmeza con la que sucesivos gobiernos han rechazado las seducciones del atrasista club "bolivariano" de Hugo Chávez. En efecto, se insiste en que la fecha de la Independencia y los colores de la bandera nacional siguen siendo las determinadas por el Libertador argentino, no las del nacido en Venezuela. Es un dato poco relevante, pero que no se debe perder de vista.
Más relevante es la encuesta sobre un 95 por ciento de peruanos actualmente orgullosos y optimistas de su país. La encuesta también revela que grandes problemas están siendo resueltos de forma satisfactoria, pero aún sigue pendiente la derrota de la delincuencia, el narcotráfico y la corrupción, males que se extienden como un manto demoníaco sobre toda América latina.
Un hecho notable, y que produce mi envidia de argentino, es que sucesivos gobiernos caracterizados por discursos diferentes han mantenido continuidad en varias políticas de Estado. No han pretendido empezar de cero y romper con todo lo precedente. Aunque son notorias muchas diferencias de doctrina y discurso, se han mantenido las decisiones correctas o genuinamente beneficiosas. Fujimori está preso, pero no todo lo realizado por su gobierno fue despreciado ni destruido; su hija es diputada y aspira a ser presidente. Es obvio que se condene el autoritarismo y la corrupción de Fujimori y Montesinos, pero no su éxito contra el delirante Sendero Luminoso y el alivio a las cargas del Estado mediante la privatización de empresas deficientes (el programa económico de Fujimori fue el de Mario Vargas Llosa, su rival en las elecciones, lo cual se consideró al principio una felonía y luego una decisión sabia). Las vigorosas líneas liberales del presidente Toledo perduran en el actual. Y el actual, inspirado en el viejo APRA, lleva adelante una gestión moderna que habría escandalizado a Haya de la Torre, su fundador. Lo cierto es que Perú ingresó en una ruta de progreso acelerado. La sucesión gubernamental fluye de modo coherente y lógico, con la mirada puesta en el futuro. Integra otro club de países latinoamericanos menos ruidoso, pero más brillante, compuesto por Chile, Brasil, Uruguay, Colombia y Costa Rica. Su deseo de estrechar más los vínculos con la vecina Colombia se ha manifestado en la visita del presidente electo, antes de su asunción.
Muchos peruanos emigraron por la pobreza. Muchos aún no consideran oportuno regresar. En el concierto de las naciones, su país no estaba en una ubicación brillante. Pero las cosas empezaron a cambiar. Es lo meritorio. Y es justo reconocerlo.
La libertad de prensa no sufre acosos. Luego del discurso del presidente en el Día de la Independencia, me concentré en los medios que se consideran favorables a su gestión. Ahí pude corroborar que no existe la prensa oficialista. Hasta los diarios que se señalan como más cercanos al Ejecutivo no saltearon una página sin estrujar alguna crítica. En el abanico de opiniones aparecían contrastes, repeticiones, sospechas y hasta golpes bajos. En la televisión, Jaime Bayly hizo desternillar de risa con sus disquisiciones de sierra inclemente. No había espacio radial que no lanzara puntos de vista opuestos al discurso. Predominó la tendencia de afirmar que era un melancólico mensaje de despedida, porque el año próximo habrá elecciones y no volverán a caer en una insana reelección: aprendieron de la experiencia. Pero también se tuvo la grandeza de reconocer que Alan García deseaba irse esta vez con gloria y no como un delincuente. El Comercio , fundado en 1839, tituló en tapa con una frase de himno triunfal: "¡No dejaré bombas de tiempo!". Fue lo más destacado del discurso presidencial. Y, al ser repetida por los medios, aplaudían a un mandatario que no quiere depositar cargas horribles sobre los hombros de su sucesor. Es la clave de una continuidad positiva, de un progreso que beneficie al país.
Alan García inició su segundo mandato hace cuatro años, luego de casi dos décadas de exilio y una sostenida mala imagen. La nación tragaba saliva ante cada uno de sus gestos. Las elecciones habían sido amargas, porque el país oscilaba entre lo malo y lo peor. De un lado, el candidato populista e irresponsable que debió huir por los techos; del otro, el nacionalista Ollanta Humala, que conducía al fascismo antisistema. Ahora los miedos se han disipado. García aprovechó su estada en el exterior para ver y estudiar el mundo. Madurar. Y se dedicó a un gobierno sin sobresaltos, con la serenidad de quien no desea mantenerse encadenado a ideologías arcaicas ni elevar su imagen con experimentos absurdos. Fue un continuador de las cosas buenas. Incluso tuvo la lucidez de realizar autocríticas sobre algunas tareas incumplidas y otras hechas mal. Varios comentaristas subrayaron la debilidad y la escasez de esa autocrítica. Pero un argentino no podía sino asombrarse de algo que duele por su ausencia en la propia patria.
Es claro que Alan García desea irse bien para regresar después del período alternativo. Ahora no deberá pedir asilo en una embajada. Pero jugará una carta aún incierta su zigzagueo familiar. Tiene una hija de un primer matrimonio, luego varios con la cordobesa Pilar Nores y ahora un niño de seis años con otra mujer. El niño estuvo presente en los actos oficiales y se desempeñó con una primorosa picardía que la televisión se ocupó de destacar. Pero los comentarios insistieron en la ausencia de su esposa oficial y de la madre del niño que, se dice, está de nuevo embarazada. Hasta se criticó al cardenal primado por haberle dado la comunión a un adúltero en la solemne misa y tedeum.
De todas formas, el presidente lució su personalidad sosegada y socarrona, cansado por luchas ingratas (el escándalo de los petroaudios lo obligó a cambiar todo su gabinete). Por eso abundó en el pormenorizado detalle de su obra. No escatimó estadísticas para convencer sobre la verdad de sus afirmaciones, aunque no faltaron después quienes dijeran que estaban falseadas. De todos modos, es innegable que su gestión fue empedrada de innumerables y trascendentales obras. Un aspecto notable es el crecimiento de la inversión externa y local, que se ha traducido en la creación de millones de nuevos puestos de trabajo, un descenso notable de la desocupación y un incremento de la capacidad adquisitiva. Este rubro no es sólo el producto de este gobierno, como ya dije, sino de la consolidación de una confiable seguridad jurídica. En la vitrina, instaló los admirables progresos obtenidos en materia de educación, también envidiables.
El cáncer de la corrupción fue señalado sin maquillajes. Pidió al Poder Judicial más rapidez, eficacia y logros concretos para disminuirla. Dijo que ni el Congreso ni las fuerzas armadas deben considerarse exentas de aplicar su control en este rubro. De 2002 a 2009, 11.876 funcionarios públicos han sido procesados por delitos de corrupción. Pero no es suficiente para recuperar la salud.
El Comercio recordó lo expresado por el presidente días atrás: que el evidente progreso de la macroeconomía no habría sido posible si antes la nación no hubiera depuesto odios y pasiones estériles. Y, como argentino, volví a sentir envidia.
Perú no es aún una nación desarrollada. Carga vicios y conflictos que llevará tiempo superar. Pero ha logrado encaminarse bien. Algunos escépticos señalan que siempre hubo razones para un crecimiento acotado y que, tal vez, el crecimiento actual no se mantenga. Lo cierto es que ahora el progreso no se limita a ciertas actividades económicas, sino que abarca muchos aspectos fundamentales, como la educación, la inversión, la consolidación institucional y una sensata política exterior. Incluso la variedad étnica que durante siglos fue motivo de ensañamientos, ahora se reconoce como la fuente de un logro celebrado en todo el mundo: la calidad y originalidad de la cocina peruana, de cuya exquisitez me declaro testigo.
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