La libertad individual y el colectivo (I)
Desde que ha existido el individuo/sujeto ha existido la confrontación de este con el poder, entre el ser y la autoridad. Individuo proviene del latín in-dividuus, ‘no dividido’. Y se refiere a cada ser en específico, separado del resto.
Ya Aristóteles lo consideraba “sustancia primera”; y al género o especie le llamó “sustancia segunda”. Para entonces Heráclito afirmaba que la virtud ética consistía en la subordinación del individuo a las leyes de una armonía razonable y universal. Los clásicos alemanes e ingleses no faltaron al debate. John Stuart Mill en su Teoría de la Libertad hablaba de la voluntad individual y la lucha entre la Libertad y la Autoridad y destaca que la libertad es la manera de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, mientras no intentemos privar de bienes a otros. Para Hegel el individuo es íntegro sólo en la medida en que mantiene relaciones sociales y en su sometimiento a la voluntad general, cuya manifestación es el Estado, su más alta expresión ética. Kant lo resumió diciendo que todo ser racional, como fin en sí mismo, debe poderse considerar, con respecto a todas las leyes a que pueda estar sometido, al mismo tiempo como legislador universal. No hay filósofo importante que no expusiera sus ideas sobre la libertad individual y el poder de la mayoría. Ahí están los trabajos de Claude Adrien Helvétius, Sant Simon, Freidrich Hegel, Jean-Jacques Rousseau, Henri de Saint-Simon, Martin Heidegger, Jacques Maritain, Isaiah Berlín, etc.
El colectivo, como tiene mayoría, presume de derechos sobre el individuo. Y el colectivo afirma tener derechos grupales, más importantes que los derechos individuales. De ahí que muchos de los derechos individuales se suprimen en nombre del bien común. El Estado es el mayor grupo o el supremo y más importante que los individuos y estos se pueden sacrificar en bien del Estado. Esa es la premisa de todos los sistemas totalitarios modernos, en especial del fascismo y el comunismo. En nombre del bien común vemos como en Occidente no importó el carácter autoritario, corrupto y despótico de Yaser Arafat y lo aceptaron como emisario de los palestinos. La desaparición de la URSS fue vista con ojos cautelosos por la administración estadounidense de entonces, quienes preferían a Mijaíl Gorbachev al frente de un país autoritario, que tener 15 repúblicas independientes. Inclusive en Kiev, capital de la siempre nacionalista Ucrania, aconsejó el presidente George Bush a los ucranianos en agosto de 1991, no seguir el camino del nacionalismo. El discurso pasó a la historia con el sugestivo título de Chuleta a la Kiev (kotleta po-kievski) y ejemplo del desprecio a los ideales de libertad y apoyo al totalitarismo soviético.
El colectivo dice representar o defender valores y realidades universales. Las razones que enarbolan para su imposición es que luchan por el bien común, la libertad humana, el bienestar colectivo, los derechos del hombre, la salud de todos, etc. Dicen defender los intereses del colectivo, dejando de lado la satisfacción del individuo, exigiéndole unos sacrificios y obligándole a cambiar individualmente para mejorar el grupo. Los koljoses o granjas de economía colectiva (kollektívnoye jozyaistvo) fueron una muestra clara del colectivismo soviético en el campo. Que tuvieron su inicio en 1918 y finalizaron privatizados en Rusia en 1992. No estaban autorizados los koljosianos a salir del koljós, ni podían ser admitidos en las fábricas sin el permiso del colectivo. Y en nombre de la colectivización no solo se destruyó la economía agrícola rusa, sino que millones de personas fueron asesinadas.
La literatura ha sido campo fértil para destacar esa lucha perenne entre el individuo contra el grupo, el uno contra dos, tres, cinco, diez, ciento cuatro, o 5 millones. Una extensa literatura muestra la batalla del Yo individual contra el Colectivo. Los críticos le llaman también novelas distópicas. Tenemos al ruso Yevgueni Ivanovich Zamiatin, autor de la novela Nosotros, donde se pierde el nombre para tener cada persona solo un número de identificación y el Yo pasa a ser Nosotros. Está toda la extensa obra de Ayn Rand y los clásicos 1984 y Rebelión en la Granja de George Orwell, o Aldous Huxley con su Un mundo feliz. Tenemos además Fahrenheit 451 de Ray Bradbury; El Cero y el Infinito de Arthur Koestler. Este último nos recuerda que el Partido negaba el libre albedrío del individuo, negaba la existencia del Yo, considerándola una cualidad sospechosa y aunque individuo, por definición no se divide, el Partido enseña que el individuo es una multitud de un millón dividida por un millón.
En una sociedad totalitaria el derecho a disentir es inclusive más importante que el contenido del disenso, como afirma Natan Sharanski, ex disidente soviético y ex ministro israelí. Afirmaba que una sociedad es libre cuando el individuo tiene el derecho a expresar sus opiniones sin temor a ser arrestado, detenido o recibir daños físicos.
Asumir el Yo implica encarar los problemas propios, sin dejar la decisión en las manos de otras personas. No es el colectivo o la voluntad de un elegido el que decida. El pretexto de enseñar al pueblo, educarlo, guiarlo es la esencia del autoritarismo y de la pérdida de las libertades individuales.
- 23 de julio, 2015
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