Otra vez el “tam-tam”
La misma gente que se reunió en la plaza aquel sábado 31 de marzo de 1982, empujada por la desesperación de la crisis económica más grande de su historia, exigiendo la renuncia del presidente de facto, el teniente general Leopoldo Galtieri (1926-2003), fue la que acudió el lunes siguiente, 2 de abril, para vitorearlo. El Ejército argentino había invadido esa mañana, a la madrugada, las Islas Malvinas. Después de casi ciento cincuenta años las Malvinas volvían a estar en manos argentinas. La euforia vivida en Buenos Aires era indescriptible. Incluso aquellos que se habían mostrado contrarios a Galtieri y su política económica empezaban a reconsiderar su posición.
La misma gente que durante varias semanas acudió a la plaza de Mayo para vitorear a Galtieri, que salía al balcón de la Casa Rosada a anunciar las victorias que iba obteniendo el Ejército argentino, después de repetidos brindis en su despacho; la gente que en medio de su entusiasmo y fervor patriótico había olvidado que el hambre estaba a la puerta de cada uno de ellos, el sábado 14 de junio de ese mismo año, recibió, estupefacta, la noticia de que el “heroico Ejército argentino” acababa de rendirse a las tropas enviadas por Margaret Thatcher. Esa vez, Galtieri apareció en el balcón para dar la trágica noticia después de haber hecho algunos otros brindis –varios, quizá– en su despacho. La multitud estaba indignada. Durante dos meses y medio fue engañada sistemáticamente por un aparato propagandístico que funcionó a la perfección hasta que la realidad dijo “basta”. Como “no hay mal que por bien no venga”, esta bufonada logró que la dictadura militar cayera y se diera fin a los sangrientos años de la Guerra Sucia con la desaparición de treinta mil ciudadanos.
El tema de la guerra como arma para desviar la atención de otros grandes problemas no fue inventado por Galtieri. Se dio muchas veces y la gente, la gran masa, es engañada una y otra vez hasta que el fracaso, la derrota, porque estas experiencias siempre terminan mal, la enfrenta con sus muertos, con las víctimas inocentes del delirio que ocasiona el poder que se cree ilimitado.
La ruptura de relaciones del Gobierno de Venezuela con Colombia no es una bravuconada más de Hugo Chávez. O bien, puede no ser una de las tantas que ordenó el estado de “alerta máxima” en la frontera común que tienen ambos países. “No nos queda, por dignidad, sino romper totalmente las relaciones diplomáticas con la hermana Colombia y eso me produce una lágrima en el corazón. Espero que se imponga la racionalidad en la Colombia que piensa”. La lágrima que se le escapó al corazón del Presidente socialista bolivariano se debió a que Colombia recurrió a la OEA para denunciar la presencia de campamentos guerrilleros de las FARC en suelo venezolano.
Paso por alto la escena patética de Chávez batiendo los tambores de guerra mientras a su lado lo miraba embelesado Diego Armando Maradona, que acababa de perder su propia guerra en el campeonato de Sudáfrica. ¿Qué se habrá ido a pedirle? ¿Invadir Alemania por haberlos dejado fuera del campeonato? ¿Asesinar en una operación comando al pulpo Paul porque vaticinó el desastroso resultado de 4 a 0? ¿O simplemente sentir de cerca el calorcito del poder, sin importar quién lo tenga ni cómo lo use?
Las reacciones de la gente obsesionada por el poder son difíciles de prever. La economía de Venezuela muestra el índice de inflación más alto de toda América, el presupuesto militar se ha disparado para sufragar una carrera armamentista inexplicable (para nosotros), hay descontento, las medidas represivas a las libertades individuales van siendo aplicadas metódicamente. ¿En qué momento hará explosión ese malestar generalizado? Cuando llegue el momento, Chávez echará mano a lo que más le convenga. Pueden ser los restos de Simón Bolívar a quien desenterró sin ningún pudor. Si ya cambió la bandera nacional, si ya cambió el nombre del país, ¿qué puede atajarle para desenterrar los huesos de su héroe máximo? También puede ser la guerra y los colombianos pagarán los platos rotos y, desde luego, el pueblo venezolano al igual que los 649 soldados argentinos, los 255 ingleses y los 3 civiles isleños que produjo la locura de Galtieri, quien no dudó en lanzar una advertencia nefasta: “Que saquen el ejemplo los chilenos de lo que estamos haciendo ahora porque después les toca a ellos”. Por las dudas, que los colombianos duerman con un solo ojo cerrado.
- 23 de enero, 2009
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