Una democracia Twitter en Argentina
La Argentina, ahogada en el hiperpresidencialismo, nunca gozó plenamente de la democracia que se desarrolló entre los siglos XVIII y XX. Pero en el siglo XXI nos adaptamos con una inusitada celeridad a la democracia Twitter.
Pasamos por alto la democracia liberal, porque era exigente; no nos interesó demasiado profundizar verdaderamente la justicia distributiva de la democracia social, porque requiere de altas dosis de ética y de transparencia, bienes cada vez más escasos, y, mucho menos, nos preocupamos por los exquisitos equilibrios que reclama la democracia republicana. Directamente nos zambullimos en el futuro, porque somos así de inteligentes. Nadie debería sorprenderse de tamaño logro cultural. Siempre intuimos que el tiempo vale oro y nunca nos gustó desperdiciarlo.
En los años 70, el gobierno militar ganó una guerra interna matando, en lugar de enjuiciar, al enemigo (que también mataba). En los 80, intentamos crear una democracia gracias a la cual todos comerían y se educarían, pero sin establecer bases económicas sólidas. En los 90, pretendimos entrar en el Primer Mundo tripulando un avión que despegaba desde Anillaco a la estratosfera, sin siquiera ser capaces de atender los desbarajustes institucionales y morales que ocurrían en la Tierra. Y en la década actual, la rápida recuperación económica lograda de la mano de los "sojadólares" nos invita a olvidarnos de la corrupción y de otros incómodos problemas.
Somos tan hábiles y dúctiles que nunca malgastamos nuestros esfuerzos y talentos en crear un verdadero equilibrio de poderes ni en sentar bases institucionales, económicas y políticas sólidas, sobre las que montar un país desarrollado y complejo. Ni les exigimos a nuestros políticos que lo hagan. Tampoco nos interesó demasiado dotar al Congreso de un carácter verdaderamente deliberativo ni imaginamos jamás que la Justicia debiera ser un poder verdaderamente independiente.
Estudiar un problema, debatir soluciones alternativas, llegar a consensos y aplicar políticas eficaces es un camino exasperante, que nos parece intransitable.
Todos esos asuntos son problemas que se plantean aburridos constitucionalistas -me incluyo en esa categoría de despistados-, que aconsejan aplicar la Constitución Nacional, un trozo de papel con muchos artículos que los políticos se especializaron en desobedecer con total eficacia.
Los argentinos preferimos lo efímero, la respuesta rápida, pícara y ocurrente. Incluso, se la celebra. Y la democracia Twitter está ahí, al alcance de la mano y de la lengua: es ágil, veloz, simpática, simplifica los problemas y parece hecha a nuestra medida o, mejor aún, a corte de sastre de los funcionarios públicos. La democracia Twitter les da valor a las palabras o, mejor dicho, a las pocas palabras que utiliza.
Un funcionario público que, disconforme con las críticas de un periodista o de un empresario, sale a responderle rápidamente con un mensaje de apenas 140 caracteres, hace gala de haber comprendido la nueva realidad. Pero la democracia Twitter no se agota en el medio utilizado: un funcionario que, en lugar de prestarse a una sesuda y arriesgada entrevista escrita, radial o televisiva, aprovecha un medio de comunicación sólo para contestar con un simple exabrupto, un insulto o una descalificación, también comprendió que su tiempo tiene un valor mucho más alto que el derecho de un ciudadano a obtener una respuesta razonada.
Basta de explicaciones y de incómodos atriles. Un exabrupto bien puesto sobre la espalda del enemigo es más que suficiente para que los periodistas hagan una nota.
Esta particular forma de gobierno, que no tiene nada que ver con la verdadera utilidad de los avances que permite la tecnología, no se mide por el medio empleado, sino por la instantaneidad, la velocidad, el ingenio y brevedad de la respuesta que, si es guaranga, mejor. Por otra parte, si los políticos dejan muchos problemas sin resolver, como la pobreza o la inseguridad, ¿para qué plantearlos y esperar respuesta? Mejor, simplifiquemos el reclamo y esperemos tres o cuatro palabras como toda propuesta.
En la democracia Twitter, las escasas palabras usadas valen más por el impacto que producen en los ciudadanos -lo que asegura que serán comentadas y reproducidas- que por su fuerza esclarecedora.
A estas alturas, ni siquiera es necesario el derecho de réplica. Incluso cuesta entender para qué los funcionarios se empeñan en controlar a los medios de comunicación si, en realidad, quieren conformar a la ciudadanía con respuestas rápidas y abreviadas.
Muchos argentinos esperaban que algún día sus políticos dejaran de pronunciar discursos crispados o agraviantes para limitarse a anunciar políticas públicas o responder inquietudes con discursos mesurados y serios. Nunca pensaron que la verdad oficial podría estar contenida en un mensaje provocador o, tal vez, en un insulto.
Nuestros políticos descubrieron el valor de la palabra, y nosotros, los ciudadanos, parecemos conformarnos con una democracia efímera, tan banal como las rencillas que pueblan la televisión, tan escurridiza como un sueño.
Apenas hay un único problema que, todavía, no aprendimos a resolver: después de los sueños, después de lo efímero, nos aguarda la realidad, con todas sus dificultades. © LA NACION
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