¿Uribe malo, Santos bueno?
La verdad es que la especie sobre la bipolaridad que afectaría profundamente al desempeño del poder bolivarista, parecería confirmarse con las posiciones que Miraflores está asumiendo en relación con Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos.
Ahora resulta que el segundo, nuevo inquilino de la Casa de Nariño, es el bueno de la dupla, mientras que el otro, gobernante por 8 años, es el malo. Pero resulta que en variados estadios de la bipolar relación del señor Chávez con el señor Uribe, éste era el bueno mientras el ministro Santos era el mismísimo diablo encarnado. ¿Y entonces?
Desde luego que la muñeca de la política hace de las suyas para que el archienemigo de ayer sea la esperanza de hoy. Pero el interesado beneficio de la duda, que por lo demás cabildean los Lula Da Silva de la región, no luce sustentable por la sencilla razón de que la única gran diferencia entre el odiado viejo Santos y el pretendidamente nuevo, es la banda tricolor en el pecho, pero en cuanto a los pareceres, intereses, aspiraciones y estrategias, no hay razones para suponer que hayan cambiado, así de sopetón, por obra y gracia de alguna epifanía neogranadina.
Las diferencias que hayan surgido entre Uribe y Santos en materia de la política interna de Colombia, y que seguramente se profundizarán en el próximo futuro porque la naturaleza de las cosas no conoce de fronteras, no deberían ser demasiado relevantes en la delicada dimensión del conflicto entre Caracas y Bogotá.
Santos continuará la llamada política de seguridad democrática para enfrentar a la narcoguerrilla, y por ende el objetivo de denunciar los santuarios extrafronterizos que existan o puedan establecerse. Como ministro de la Defensa de Uribe, esa fue su principal tarea incluida la operación militar en territorio ecuatoriano. La alianza castrense con Estados Unidos también proseguirá, al igual que la temática de las “bases gringas”.
La amenaza económico-comercial que utilizaba el señor Chávez para lidiar con Uribe, ya fue ejecutada y por eso carece de valor. El interés de Santos para que se restablezcan esos vínculos no debe ser muy medular que digamos, tanto porque los empresarios de su país han venido encontrando mercados estables que sustituyen al nuestro y, así mismo, porque la seguridad jurídica del mercado venezolano está condicionada a los criterios partisanos del señor Chávez, es decir no existe.
Puede que en relación con Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla, Uribe y Santos terminen siendo claramente diferenciables. Sólo el tiempo lo dirá. Pero en relación con Caracas, las diferencias que eventualmente se presentaren, acaso serían más de forma que de fondo. Más de estilos de personalidad que de políticas de Estado. Más de variaciones coyunturales que de virajes profundos.
Eso sí, siempre y cuando Venezuela no diera un giro apreciable y sólido en su manera de relacionarse con Colombia, sus problemas y oportunidades. Mientras Chávez esté en Miraflores eso no será posible, más allá del ámbito de los testimonios personales y las palabras calurosas que pronto se olvidan. ¿Bueno Santos frente al malo Uribe? Quizá por un rato, pero un rato nomás.
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