¡Gracias, Muso!
La radio, el ciberespacio y los periódicos están llenos de merecidos homenajes al Dr. Manuel Ayau. Nuestro maestro y mentor descansó en paz el pasado 4 de agosto, luego de luchar contra un fulminante cáncer con el mismo temple y optimismo que invirtió en la lucha por la libertad. Los recuerdos y las anécdotas que intercambiamos demuestran que su ejemplo de vida significó tanto como su docencia práctica.
En 2001, el Dr. James Buchanan, premio Nobel de Economía de 1986, recibió un doctorado honoris causa de la Universidad Francisco Marroquín. Al presentarlo previo a su conferencia, confesé que el Dr. Buchanan era un héroe para mí. Mi escogencia de palabras consternó a Muso. Me señaló que “mi héroe” no entendía uno de sus tópicos favoritos, la Ley de la Ventaja Comparativa, seria deficiencia en cualquier economista. Me lo demostró, entregándome un artículo por Buchanan.
Muso me enseñó mucho a través de este incidente. Aprendí que podemos examinar críticamente las ideas sin que ello disminuya nuestro aprecio por el otro. Muso no soslayaba los reales aportes de Buchanan. “Nadie es perfecto”, repetía Muso, en reconocimiento de los defectos personales y ajenos. Aprendí que es de haraganes rendir el juicio propio. Muso cultivó sus talentos hasta sostener elevadas discusiones con las mejores mentes; sin vanidades ni complejos, señaló errores de razonamiento y nuevas luces a figuras mundialmente reconocidas. Aprendí también que debemos cuidar todo lo que decimos y hacemos, no para evitar embarazosos tropiezos como el de Buchanan, sino por fidelidad a la verdad, para merecer la confianza de los demás. Y aprendí el valor de la autocorrección. “Cuando yo me equivoco, rectifico, ¿y Usted?”, decía Muso, riendo en admisión del esfuerzo que a veces le costaba.
Pero la búsqueda de la verdad era mucho más que un juego placentero para el Dr. Ayau. Se sometió al riguroso entrenamiento intelectual porque necesitaba entender cómo mejorar el nivel de vida de los guatemaltecos. Luego, necesitó hacer misión entre todos los que le prestaban oído, comprendiendo que sólo así subsanaríamos el lastre de la pobreza y sus feas secuelas. Hasta sus detractores reconocen la rectitud e inherente nobleza de esta su empresa.
Se volvió educador porque era consecuente. Vivió la Regla de Oro que predicó. “No se puede respetar a la persona si no respetamos su libertad”. La persuasión es el único camino para abordar a seres libres y racionales. Aprendí de Muso a jamás perder la fe en el prójimo y el itinerario. No dejó de perfeccionar su lección frente a nuestros constantes olvidos e incomprensiones; buscaba nuevas frases y chistes para transmitir su mensaje una y otra vez, con simpatía. En el camino, Muso supo forjar y conservar amistades sinceras por encima de las diferencias. Resulta singularmente inspiradora su linda amistad con Olguita, siendo su estable y largo matrimonio un modelo alentador para futuras generaciones.
Años antes de leer a Buchanan, yo ya tenía un superhéroe que jamás cayó de su pedestal. Creo que Muso lo sabía…
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