El crecimiento de la mano del autoritarismo es sólo un mito
CAMBRIDGE, EE.UU.- En una reciente mañana, centenares de activistas a favor de la democracia se congregaron en Moscú para protestar por las limitaciones del gobierno a la libertad de reunión. Sostenían carteles en los que se leía "31", en referencia al artículo 31 de la Constitución rusa, que garantiza la libertad de reunión. En seguida fueron rodeados por policías. Un destacado crítico del Kremlin y otros más fueron conducidos hasta un coche de policía.
Sucesos así ocurren casi diariamente en Rusia, donde el primer ministro, Vladimir Putin, gobierna el país con mano de hierro, y la persecución de los adversarios, las violaciones de los derechos humanos y los abusos judiciales han llegado a ser habituales. En un momento en que la democracia y los derechos humanos han pasado a ser normas mundiales, semejantes transgresiones no contribuyen a realzar la reputación de Rusia. Dirigentes autoritarios como Putin lo comprenden, pero lo consideran un precio que vale la pena pagar para ejercer un poder ilimitado en su país. Lo que dirigentes como Putin comprenden menos bien es que su política compromete el futuro y la posición económica mundial de sus países.
La relación entre política y perspectivas económicas es uno de los temas más importantes de todas las ciencias sociales. ¿Qué es mejor para el crecimiento? ¿Una mano fuerte o una pluralidad de intereses en competencia que fomenta nuevas ideas y protagonistas políticos?
Los ejemplos del Asia oriental parecen indicar lo primero, pero ¿cómo podemos explicar que casi todos los países ricos, excepto los que deben su riqueza a recursos naturales, sean democráticos? Debería la apertura política preceder al crecimiento.
Cuando examinamos la documentación histórica, en lugar de los casos individuales, vemos que el autoritarismo consigue poco desde el punto de vista del crecimiento. Por cada país autoritario que ha logrado crecer, hay varios que han fracasado. Por cada Lee Kuan Yew de Singapur, hay muchos Mobutu Sese Seko del Congo.
Las democracias obtienen mejores resultados no sólo en materia de crecimiento. Dan una estabilidad económica mayor. Consiguen ajustarse mejor a las sacudidas económicas exteriores. Crean mayor inversión en salud y educación, y producen sociedades más equitativas.
Los regímenes autoritarios producen economías tan frágiles como sus sistemas políticos. Su potencia económica, cuando existe, descansa en la fuerza de sus dirigentes individuales o en circunstancias favorables, pero temporales. No pueden aspirar a una innovación económica continua.
China parece una excepción. Desde el final del decenio de 1970, después de que se acabaran los desastrosos experimentos de Mao, ha obtenido resultados buenos, pues ha tenido tasas sin par de crecimiento. Aunque ha democratizado en parte su proceso de adopción de decisiones locales, el Partido Comunista mantiene un control firme de la política nacional y el panorama en materia de derechos humanos queda empañado por abusos.
Pero China sigue siendo un país pobre. Su progreso futuro depende en no poca medida de si logra abrir su sistema político. Sin esa transformación, la falta de mecanismos institucionalizados para expresar la disidencia acabará provocando conflictos que superarán la capacidad del régimen para reprimir. Tanto la estabilidad política como el crecimiento se resentirán.
Rusia y China son economías potentes. Sus ejemplos pueden hacer creer a los dirigentes de otros países que pueden aspirar al ascenso económico sin dejar de apretar las tuercas a la oposición. Pensemos en Turquía, potencia económica en ascenso en Medio Oriente que hasta hace poco parecía destinada a ser la única democracia musulmana de la región. Durante su primer mandato, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan relajó restricciones a que están sometidas las minorías kurdas y aprobó reformas que alinearon el régimen jurídico a las normas europeas. Pero recientemente Erdogan ha lanzado una campaña para intimidar a sus oponentes y consolidar el control del gobierno sobre los medios de comunicación y las instituciones públicas. Ese giro hacia el autoritarismo no presagia nada bueno para la economía turca.
Para ver verdaderas superpotencias económicas prometedoras debemos dirigir la mirada a países como Brasil, la India y Sudáfrica, que han hecho sus transiciones democráticas y no es probable que retrocedan al respecto. Ninguno de esos países está exento de problemas. Brasil no ha encontrado una vía rápida al crecimiento. La democracia de la India puede ser exasperante con su resistencia al cambio económico y Sudáfrica padece un nivel elevado de desempleo.
Esas dificultades no son nada en comparación con las imponentes tareas de transformación que esperan a los países autoritarios. No deberemos asombrarnos de que Brasil haga morder el polvo a Turquía, Sudáfrica adelante con el tiempo a Rusia y la India supere a China.
1978
Inicio de las reformas Chinas
Fue el año en que el líder Deng Xioaping inició el viraje económico de China del comunismo al capitalismo, pero sin libertad política.
© Project Syndicate 1995-2010
El autor es profesor de Economía Política en la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard
- 4 de febrero, 2025
- 7 de octubre, 2011
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