Buscando a Djilas
El País, Montevideo
En momentos que se habla tanto sobre la liberación de disidentes cubanos, me viene a la memoria un lejano intento de entrevistar a otro disidente, en un país que ya no existe.
¿Por qué? Sencillamente porque pienso en los valientes que se oponen a los autoritarios de La Habana y que al serles concedida la libertad, optan por quedarse allí, en el ojo de la tormenta, en lugar de irse, por ejemplo, a España.
A principios de 1980 llegué a Belgrado. Fue cuando esa ciudad era la capital de Yugoslavia. Me habían dicho que el gobierno del Mariscal Tito (que en esos momentos agonizaba), era una de las dictaduras comunistas más tolerantes. Entonces me pareció lógico procurar entrevistar a un disidente de marca mayor: Milovan Djilas.
Djilas era un montenegrino que se hizo marxista cuando cursaba abogacía en la Universidad de Belgrado y ya entonces sufrió cárcel y torturas bajo la monarquía. Era amigo de otro revolucionario: Josip Broz Tito y luchó al lado de él durante la Segunda Guerra Mundial, en el esfuerzo por liberarse de los nazis.
En la posguerra fue partidario de la ruptura (luego concretada) de Tito con Stalin. En 1953 llegó a vicepresidente de Yugoslavia y a presidente de la Asamblea Nacional. De ahí que se generalizó la sensación popular de que sería el sucesor de Tito.
El problema era que Tito, al estilo de los comunistas cubanos de hoy, no quería ceder su trono. Para peor, Djilas se atrevió a criticar la burocracia comunista.
Como por arte de birlibirloque, en el lapso de un año, perdió todos sus cargos y fue expulsado del partido. En 1956 marchó a la cárcel y como insistía en escribir (en 1957 publicó en Occidente el libro "La nueva clase", donde ponía en evidencia a los jerarcas marxistas contemporáneos), su sentencia fue aumentada en varios años.
Y así siguió. Su obra Conversaciones con Stalin, de 1962 le costó otros cuatro años de prisión. Finalmente, en 1966 fue amnistiado.
Siguió escribiendo y publicando. Era como un tábano sobre la "nomenklatura" de su país, pero ésta supo aislarlo.
A ese señor fue que quise visitar poco antes de morir Tito. Me resultó imposible. Caí en manos de los burócratas que Djilas había dejado tan al desnudo y ellos se negaron a llevarme a verlo. Ni siquiera me dieron su dirección.
Que vivía lejos, que estaba loco, fueron un par de argumentos utilizados para descaminarme.
Aun así, más tarde busqué en los caracteres cirílicos de la guía telefónica el nombre Djilas y hasta traté de hablar acerca de él con algún mozo del hotel. Nada.
Nadie admitía recordarlo, nadie mencionaba su nombre, ninguna calle, plaza o monumento lo evocaba. Era como si el que había sido casi líder máximo de ese país nunca hubiera existido.
A los pocos meses, Josip Broz Tito murió. Djilas vivió hasta 1995, o sea que llegó a enterarse de la caída del muro de Berlín, del desmoronamiento del imperio soviético y como vivió en Belgrado hasta su fallecimiento, fue testigo de primera mano, en 1991, del desmembramiento de Yugoslavia.
- 23 de julio, 2015
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