Argentina: La sombra inquietante del Estado policial
Apropósito del "caso Macri" -y de otros similares- pareció volver en estos últimos tiempos una categoría que parecía desterrada: el "Estado policial". El ex presidente Eduardo Duhalde lo dijo con todas las letras: "Las escuchas telefónicas son una obra maestra de la SIDE; es insólito que se quiera sacar del medio a un futuro candidato; estamos en un Estado policíaco, estamos todos escuchados". Otros políticos, aun los defensores de Macri, fueron más suaves en sus apreciaciones, pero aquella frase de Duhalde quedó sonando como un garrotazo.
Hacía mucho que no se la escuchaba. Después de más de un cuarto de siglo de democracia, todos creían que ésas eran cosas del pasado, de las dictaduras o de los gobiernos civiles autoritarios. A lo sumo se denunciaba la represión policial, a esa "maldita policía" que golpeaba a jóvenes, manifestantes callejeros, piqueteros o militantes políticos. Pero la idea del "Estado policial" como la de un Estado que vigilaba rigurosamente a los ciudadanos, no sólo a través de las intervenciones telefónicas sino también con filmaciones clandestinas y otros métodos, era en todo caso considerada una nota de archivo. Figuras como la del "informante de la SIDE" o el "delator policial" hoy parecen novelescas.
Sin embargo, todo indicaría que aún existen, aunque fuere en una dimensión menor que durante los regímenes dictatoriales o autoritarios. En este aspecto, la Argentina, con el retorno a la democracia en 1983, tuvo su "caída del muro de Berlín". Un buen film alemán, La vida de los otros, muestra el sistema de espionaje interno en la ex República Democrática Alemana, a cargo de la policía secreta, denominada Stasi, que tenía 100.000 agentes y 200.000 informantes. Aquél era un Estado policial en serio, que duró 40 años, hasta la caída del Muro (1949-1989).
No estamos en la Argentina en un extremo semejante, aunque haya agentes, batidores, soplones, informantes, alcahuetes y asociaciones ilícitas en algunas estructuras del Estado, a veces en connubio con empresas privadas, como quedó demostrado con "la mafia de los medicamentos" o "el caso de la valija". Y es precisamente en este entramado de corrupción, mafias y tráfico de drogas -a lo que hay que añadir el terrorismo- por donde se cuelan las figuras de los batidores y los informantes. Más todavía: los servicios de inteligencia occidentales le dan tanta o más importancia a la infiltración en las redes terroristas que a la acción militar pura.
Los argentinos no están sometidos a un Estado policial ni se sienten espiados o escuchados como en la época de la Stasi alemana. Incluso, hay muchos ciudadanos que piden más policía en la calle para que los cuiden y los protejan de los delincuentes. No quieren una "maldita policía", sino en todo caso una bendita, es decir una fuerza eficaz y preparada para combatir la inseguridad, ese gran mal de nuestro tiempo. Un tiempo contradictorio, en el que conceptos como el bien y el mal se mezclan a la hora de analizar la realidad.
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