La campaña electoral en Brasil: bromistas, abstenerse
Financial Times – El Cronista Comercial
Llega un buen chiste de ese país del que, alguna vez, Charles de Gaulle dijo que no era "serio": la prohibición de hacer sátiras políticas, que entra en vigencia durante la carrera de la elección presidencial.
Pero este año eso no causa gracia. Las tiras cómicas están en pie de guerra. Incluso podrían verse forzados a reprimir las sonrisas socarronas en la marcha de protesta por la ley “antichistes” que se hará en Río de Janeiro el domingo. Promulgada en 1997, teóricamente podría hacer que se impongan multas por hasta 57.000 dólares y del doble de esa suma si se reincide. ¡Gravísimo!
Antes del 3 de octubre, los destinatarios principales de esos chistes perdidos son José Serra, candidato de centroderecha de aspecto macabro, y Dilma Rouseff, la protegida de centroizquierda del popularísimo presidente actual, Luiz Inácio Lula da Silva, y por ende, también la candidata con mayores probabilidades de ganar.
Hace unos meses, vi a Dilma preparándose para una entrevista televisiva en Río y no había nada que moviera a risa. Su limosina negra se detuvo fuera del estudio. Un vigilante de aspecto severo abrió la puerta. La Dama de Hierro salió. Con veloz eficiencia, se acomodó el cabello, plantó en la mano del vigilante el chicle que había estado mascando y miró con cólera al periodista que estaba fumando en la entrada. La imagen fue, en verdad, la de una persona muy seria
.
En un país en el cual aún hay un alto nivel de analfabetismo y donde las ondas televisivas y radiofónicas todavía son servicios públicos, la ley de Brasil está pensada para detener a todos los que inescrupulosamente hacen propaganda con la difamación de sus adversarios políticos en las transmisiones por radio y televisión de los partidos políticos, que los brasileños se verán obligados a tolerar cincuenta minutos al día hasta la fecha electoral.
En pocas palabras, la ley no está pensada para ponerle una mordaza a las tiras cómicas. Los periodistas gráficos pueden decir lo que se les ocurra. Recién ahora comienza a afectar a los otros medios de comunicación, porque la sátira brasileña llegó a tales niveles de mordacidad. En CQC, un programa con alto nivel de audiencia, señores vestidos de traje y corbata habitualmente ponen a los políticos en un brete. Si el tema es vergonzante, se les pinta digitalmente la cara para que parezcan ruborizados o se les dibujan gotas de transpiración chorreando de la frente.
Vânia Aieta, presidente del Comité Electoral, opina que los humoristas tienen derecho a protestar. Podría hasta modificarse la ley. Entre tanto, el mayor infractor es el mismísimo presidente. Aunque pesa sobre él la prohibición de apoyar a cualquier candidato, elogió repetidas veces a Dilma (y se lo multó por ello). No es nada gracioso. Lula da Silva no ha sido serio. Quizá, después de todo, de Gaulle tenía razón.
Traducción: María Eugenia García Mauro
- 23 de julio, 2015
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