La Argentina: mucho ruido, ¿cuántas nueces?
La Argentina vive otra corta temporada tormentosa. No es por el invierno que de pronto mutó del frío normal a un calor fuera de tiempo, ni por la amenaza de La Niña (que viene con sequía, inquietante para los agricultores y para el fisco); es por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que desde hace semanas ha emprendido una batalla contra los dos principales diarios del país, contra Papel Prensa -el mayor productor de papel para diarios, controlado por ellos-, contra Fibertel -el mayor proveedor de internet- e, indirectamente -a través del sindicato de camioneros liderado por su aliado Hugo Moyano- contra el grupo Techint, uno de los gigantes industriales del país.
La batalla fue anunciada, la escenografía preparada; la fecha era el 24 de agosto. Los medios de prensa y las empresas afectadas reaccionaron anticipadamente con energía, el clima de presagio de la tormenta se instaló en gran parte de la sociedad argentina. Finalmente el día llegó; en el escenario central de la acción, la Casa Rosada, tuvieron lugar los hechos principales. La impresión que queda, al día siguiente, es que todo era más bien de utilería, una batalla producida para el espectáculo. La presidenta habló ante un auditorio en el que no se encontraban muchos empresarios convocados por el gobierno, y en el que notoriamente muchos soldados de la causa kirchnerista no se sentían cómodos. Pero no hubo batalla. Hubo un discurso bien articulado, bien dicho, que fue esencialmente una declaración de principios -los principios justificatorios de la batalla que no tuvo lugar-.
La síntesis es aproximadamente esta: el gobierno define la situación como una lucha entre factores de poder, el poder institucional que le fue conferido por los votos y el poder factual de actores económicos; define su misión como un rebalanceo de poder; sus alegaciones sobre distintos tipos de delitos o abusos que habrían sido cometidos por aquellos a quienes define como sus enemigos serán llevadas a la justicia.
Del proveedor de internet -el tema que realmente podría afectar a millones de personas- no se dijo palabra. La huelga que amenazaba con desabastecer a la industria automotriz y a otras industrias clave fue levantada. El país pasó este día siguiente bastante tranquilo -por lo menos en comparación con lo que se esperaba-.
El gobierno dejó abiertas las cartas que piensa jugar; también, en alguna medida, ante los ojos de gran parte de la población, dejó descolocado al adversario, mostrándolo como exageradamente histérico ante lo que terminó siendo algo así como un desafío al debate de ideas, y desafió a la oposición política a explicitar sus argumentos. Precisamente lo que la oposición no puede hacer, porque en sus filas no hay consenso sobre las ideas. Si el gobierno actúa “a la Chávez”, la oposición se encuentra cómoda, porque nadie defiende el atropello factual contra el estado de derecho; si el gobierno “habla a la Chávez” pero no actúa de esa manera, la oposición está en problemas, porque no se encuentra preparada para el debate de ideas.
El contexto de todo esto es claro: una economía que viene creciendo de nuevo a tasas del 8 por ciento anual, un mercado interno reactivado, un gobierno que en seis meses recuperó diez puntos de imagen favorable en la población y hoy se siente mejor preparado para disputar la elección presidencial de 2011.
¿Hay una lógica en el accionar del gobierno de los Kirchner? Debe haberla, aunque no es fácil descubrirla. El mayor caudal de votos presuntos con que hoy cuenta Kirchner proviene de votantes indecisos de las clases medias; allí, marginalmente, ha venido creciendo; el voto de los de abajo, del treinta por ciento de la Argentina pobre, ya lo tiene y siente que no peligra.
Los propósitos políticos que mueven al gobierno a hacer lo que hace son dos: consolidar gradualmente algunos votos adicionales de las clases medias, desarmar a sus opositores para prevenir la posibilidad de una coalición unificada capaz de desafiarlo electoralmente. No está dicho, para nada, que estos preparativos bélicos que el kirchnerismo despliega con tanto entusiasmo sean la mejor manera de acercarse a esos dos propósitos. Pero su instinto peleador, su vocación de jugar siempre en los límites de alto riesgo y su propensión ideológica -ciertamente muy desconectada de la realidad de los argentinos- parecen llevar a elegir esas opciones en lugar de otras que podrían ser concebidas por los consultores expertos en marketing político. De paso, obrando de esta manera, el gobierno va midiendo la capacidad de respuesta de sus enemigos, va testeando a la opinión pública, va desgastando la moral de los otros jugadores.
Por este camino, el kirchnerismo toma varios riesgos. El primero es el que ya experimentó en 2008: si los vientos mundiales empiezan a soplar en contra, queda rápidamente desguarnecido. El segundo es que, aun con vientos favorables como los actuales, hace de la Argentina un país aun más riesgoso para invertir en él. El tercer riesgo compromete a los votos que el kirchnerismo busca: el clima de confrontación permanente cansa profundamente a los sectores de las clases medias, y algunas medidas que se adoptan en medio de ese clima disgustan mucho. El cuarto riesgo es que, logrando desorientar a los sectores políticos de oposición, se favorece un escenario peligroso para el gobierno: que el voto termine confluyendo a un candidato opositor simplemente porque podría ser el instrumento de la derrota de Kirchner. Eso sucedió en la elección legislativa de 2009, donde el todavía bastante ignoto Francisco de Narváez lo venció nada menos que en la provincia de Buenos Aires. En ese escenario, el opositor no necesita ni ideas ni programa; basta tan solo con ser una opción.
Aventurar pronósticos en la Argentina es una fantasía. Si el gobierno llevara a la práctica algunas de sus amenazas contra empresas y medios de prensa privados, lo más probable es que perdería votos. Si canaliza sus alegaciones a través de la justicia, resta argumentos a sus adversario pero no conseguirá nada de lo que querría, porque no hay espacio en la justicia de hoy para avalar esas cosas. Detrás del mucho ruido y del humo que se levanta, tal vez sucederán pocas cosas dramáticas.
Y seguirán vigentes la mismas preguntas sobre las tendencias electorales: ¿alcanza el buen clima económico para asegurar suficientes votos al kirchnerismo?; ¿será la inflación, o una posible mala temporada agrícola, la fuente de una inflexión en la tendencia actual?; ¿logrará la oposición articularse para generar una oferta política atractiva y vigorosa? .
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