El último refugio del progre
El progresismo asediado es un espectáculo desagradable con ganas. Ayer mismo todo era esperanza y cambio y devolver el poder al pueblo. Pero el pueblo no lo ha valorado como se esperaba. Su obstinación, en sólo 19 meses, ha convertido el dominio de la izquierda durante 40 años que se predecía (James Carville) en una retirada total. Ah, el pueblo, el reaccionario, los pueblerinos, la población "amargada" como lo llamó memorablemente Barack Obama en un momento de descuido una vez, que se aferra "a las armas o la religión o" – esta parte se recuerda menos — "la antipatía hacia la gente de diferente aspecto".
Esa es la forma educada de decir: aferrarse a los prejuicios. Y las acusaciones de intolerancia promiscuamente vertidas son precisamente la forma en que nuestros actuales soberanos y su vasta muleta mediática reaccionan a una ruidosa ciudadanía que insiste en la opinión equivocada.
— ¿La oposición a la enorme ampliación de las competencias, el intervencionismo y la deuda de la administración, representada en el movimiento de protesta fiscal? Pues resentimiento racista hacia un presidente negro.
— ¿Repulsa y alarma por la aversión del gobierno federal a contener la inmigración ilegal, cristalizadas en la ley de Arizona? Nativismo.
— ¿Resistencia a la redefinición del matrimonio más radical de la historia de la humanidad, plasmada en la Propuesta 8 de California? Homofobia.
— ¿Oposición a un centro islámico con mezquita de 15 plantas en las inmediaciones de la Zona Cero? Islamofobia.
Ahora sabemos el motivo de que el país se haya vuelto "ingobernable", la excusa del pasado año para el fracaso administrativo de los Demócratas: ¿quién puede gobernar especialmente a una nación de islamófobos homófobos, racistas y nativistas?
Observe el común denominador de estas cuestiones. En cada una de ellas, los progres han perdido el caso en el tribunal de la opinión pública. La mayoría – a menudo mayoría abrumadora — se opone a la agenda socialdemócrata del Presidente Obama (el estímulo, el Obamacare por ejemplo), apoya la ley de Arizona, se opone al matrimonio homosexual y rechaza la mezquita la Zona Cero.
¿Qué es lo que haría un izquierdista? Verter la acusación de racismo, la baza que previene el debate y no reconoce ningún mérito a la seriedad y el contenido del argumento contrario. La más vetusta de estas bazas es, por supuesto, la baza racial. Cuando surgió el movimiento de protesta fiscal, una reacción espontánea carente de líder y perfectamente natural (y característicamente americana) a la enorme ampliación de la administración intrínseca al orgullosamente anunciado programa de transformación del presidente, el coro de expertos tertulianos de la izquierda lo caracterizó como una multitud de patanes blancos enfadados que disfrazan su antipatía hacia un presidente negro hablando inteligentemente en términos económicos.
Después vino Arizona y la ley SB 1070. Parece imposible para la izquierda creerse que personas de buen nombre puedan sostener que: (a) la inmigración ilegal debe ser ilegal, (b) el gobierno federal no debe supeditar la seguridad fronteriza a la reforma integral, léase amnistía, (c) todo país tiene el derecho a decidir la composición de su población inmigrante.
En cuanto a la Propuesta 8, ¿tan difícil es ver el motivo de que la gente crea que un sólo magistrado que revoca la voluntad de 7 millones de electores constituye una afrenta a la democracia? ¿Y que tener presentes las ventajas de conservar la estructura de la más antigua y fundamental de todas las instituciones sociales es algo distinto a un presunto odio a los homosexuales — teniendo en cuenta especialmente que el requisito de que los contrayentes sean de diferente sexo ha caracterizado a todas las sociedades virtualmente en todos los siglos hasta hace unos pocos años?
Y ahora la mezquita de la Zona Cero. El estamento intelectual de la izquierda es casi unánime en que el único motivo posible de oposición es el racismo hacia los musulmanes. Esta engreída adjudicación de la intolerancia a las dos terceras partes de la población depende de la insistencia en una total ausencia de vínculos entre el islam y el islam radical, una tesis que enlaza perfectamente con el pretexto de la administración Obama de que no estamos en guerra sino con "extremistas violentos" de móviles inescrutables y creencias religiosas imperceptibles. Los que rechazan esto como algo tan ridículo como políticamente correcto (una redundancia confesa) son declarados islamófobos, el ad hominem du jour.
Es una muestra de la corrupción del pensamiento de izquierdas y el colapso de su autoconfianza que, siendo tan ampliamente rechazado, recurra reflexivamente a la incitación racial más barata (en una colorista variedad de formas). En la práctica, ¿cómo se puede razonar con una nación de turbas que horca en mano rebosan "antipatía hacia las personas de diferente aspecto" — negros, hispanos, homosexuales y musulmanes — una nación que, en las sucintas palabras de Michelle Obama en una ocasión, es "rotundamente mezquina"?
Los Demócratas van a ser claramente derrotados en noviembre. No sólo porque la economía atraviese horas bajas. Y no sólo porque Obama exagerara su mandato para gobernar desde una izquierda demasiado extrema. Sino porque merece un castigo la arrogante élite cuyo desprecio patente a las masas le impide reconocer una cantidad ínfima de razonamiento serio a aquellos que se atreven a plantarle cara.
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