Paraguay: Aprovechando las oportunidades
Sin contar el periodo de la dictadura stronista, que sumió a nuestro país en graves atrasos (en todos los órdenes) entre 1954 y 1989, cuyas consecuencias las seguimos sufriendo dos décadas después de su derrocamiento, en los últimos 20 años de “vida democrática” nacional han surgido y se han fortalecido sectores de nuestra sociedad que han ido empeorando de forma sostenida nuestra situación de país subdesarrollado frente a otros países del mismo continente.
Hace un tiempo leí un interesante libro, realizado en forma conjunta por renombrados escritores latinoamericanos, titulado “Fabricantes de Miseria”, que incluyó en dicha obra literaria a políticos (sobre todo), militares, algunos empresarios y a la clase sindical como los generadores principales de la pobreza y la miseria en los países de América Latina.
Cabe señalar que este último grupo, el de los sindicalistas, se ha fortalecido tremendamente aquí, no solamente para defender reivindicaciones laborales de sus asociados, tal como lo prescribe claramente la Ley del Trabajo, sino también para imponer su propia “agenda”, especialmente en la administración de varios entes estatales que hasta hoy siguen teniendo un fuerte impacto negativo sobre toda la economía paraguaya.
El objetivo principal siempre fue convertirlos en feudos propios, muchas veces azuzados por políticos o en connivencia directa con estos, pero eximidos de toda responsabilidad respecto de los resultados que estas empresas estatales han mostrado, en su mayoría altamente ineficientes y que también fueron y siguen siendo caldos de cultivo propicios para la corrupción. Ninguno de estos entes públicos se ha salvado de ese mal, que ya ha causado terribles daños a la economía del país.
No hay dudas de que toda esta oscura historia ha representado para el Paraguay una tremenda pérdida de tiempo, recursos y, sobre todo, de oportunidades que se han desperdiciado en el transcurso de estas dos décadas de “democracia”, en las que la mayor responsabilidad ha recaído en el Partido Colorado, cuyos dirigentes han sido absolutamente incapaces de hacer algo positivo para provocar el cambio de rumbo necesario.
Hoy estamos ante la cruda realidad de que las escasas rutas asfaltadas que tenemos son las más ineficientes y peligrosas de toda la región (a eso se agrega que hay importantes regiones del país que todavía carecen de vías transitables de todo tiempo). Es por todos sabido que estamos soportando graves dramas en cuanto al suministro de energía eléctrica, cemento, agua potable, seguridad, y ni qué hablar de sectores sensibles como la educación y la salud públicas, que –inclusive– son factores esenciales para nuestro futuro como nación.
Además, tenemos dos aeropuertos “internacionales” que no cumplen con las exigencias mínimas de la Organización Aeronáutica Civil Internacional (OACI) para operar como tales, lo cual ha empeorado nuestro aislamiento del mundo. A esto se ha sumado la pérdida de vuelos directos a los centros mundiales claves, por lo que dependemos de las irritantes escalas regionales para llegar finalmente a destino.
Para revertir este estado de cosas hace falta un cambio de mentalidad radical; o sea, aprender a pensar no solamente en el aquí y el ahora, sino también en las nuevas generaciones. En esto no hay mucho secreto, hay interesantes experiencias en nuestro propio continente sobre cómo enfrentar este tipo de desafíos, como es el caso de la falta de infraestructura.
Para hacer frente al déficit de infraestructura (vial, portuaria, aeroportuaria), países como Chile (al que después siguieron Colombia, Perú, Ecuador, etc) pusieron en marcha alianzas público-privadas, incorporando capital privado al desarrollo y explotación de obras que hasta la década de los 90 eran una actividad emprendida casi exclusivamente por el Estado. En los últimos 15 años, Chile –por ejemplo– ha concesionado obras por un valor cercano a los US$ 11.000 millones.
Si los políticos y sindicalistas paraguayos no aprenden a mirar más allá de sus propios intereses sectoriales, nuestro país seguirá perdiendo oportunidades increíbles. Peor aún, Paraguay sería definitivamente inviable, no apto para recibir inversiones, ni las nacionales ni las extranjeras. Esto implica que no se podrán crear las riquezas para satisfacer la necesidad de trabajo de unos 80.000 jóvenes que se incorporan cada año al mercado laboral, con todas las consecuencias que ello representa para cada habitante.
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