Un fin anunciado
Es curioso, esa norma es quizás una de las pocas medidas sensatas que Zapatero ha puesto en práctica y es seguramente la que precipitará su caída. Eso sí, la tendría que haber tomado hace unos 30 meses atrás, cuando se avecinaba la crisis y él la ignoraba, o cuando hace un año y medio expulsaba de palacio poco menos que a “punta de pie” a empresarios que clamaban por una ley de flexibilización laboral para frenar la creciente desocupación.
Lo hizo ahora, un poco tarde, cuando el desempleo en España supera el 20 por ciento y es más del doble que el promedio que alcanza en la Unión Europea. Quizá ya no sea la salida y esta ley sea insuficiente para superar el problema como sostienen un sector del empresariado y la oposición de derecha (Partido Popular). Habrá que esperar, dicen los más moderados, pero las centrales de trabajadores (UGT y CCOO) no están dispuestas a hacerlo. Están nerviosas y agitan a los trabajadores, que no quieren pasar a engrosar las filas de los desempleados y cada vez, como siempre ocurre y es natural, el árbol les tapa el bosque.
Y también en este campo Rodríguez Zapatero ha hecho su “aporte”: toda su conducta anterior en alguna medida generó expectativas que hoy alimentan esta escalada sindical, hasta extremos que pueden llevar, en particular a la dirigencia, a manejarse con ficciones. Él fue el primero en negar la crisis, en estar en contra de la reforma laboral y en asegurar que jamás la crisis se cargará sobre las espaldas de los trabajadores. Pura ficción y demagogia. Pero, para los dirigentes sindicales es un guante fácil de recoger, y para el trabajador, en épocas difíciles y de paro, es un mensaje al que se abrazan y en el que quieren creer. Pero la realidad es otra; podrán hacer caer al presidente, obligarle a que llame a elecciones, pero el tema del desempleo no se soluciona con huelgas. A veces no hay más remedio que “vender algunas islas”.
Cuando se buscan otro tipo de salidas alternativas —que no son las genuinas aunque sean dolorosas—, solo se logra postergar el problema y aumentar el costo, con el sacrificio de cosas muy valiosas y permanentes, que después son muy difíciles de recuperar. Y en esa línea, el gobierno de Zapatero salió a buscar afuera, en nuestra América especialmente, pero también en África y Medio Oriente, ese tipo de soluciones para tapar los agujeros de adentro. Para eso no dudó en sacrificar lo que sea y mirando intereses empresariales, comerciales y bancarios “estratégicos”, como lo han dicho sus voceros, en particular su inefable canciller Miguel Ángel Moratinos, hizo y aún hace las genuflexiones que sean necesarias ante personajes como los Castro, Chávez, Obiang y otros de similar estatura. Muy triste, y al final, ¿para qué?
José Luis Rodríguez Zapatero llegó al gobierno de España producto de una catástrofe: el atentado terrorista del 11-M. De otra forma quizás nunca lo hubiera conseguido. Sin embargo, sí es el artífice de su propio fracaso. Ese mérito nadie se lo puede quitar. Su fin parece muy próximo. Será bueno para España.
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