La globalización termina en Arizona
Decían que el fenómeno de la globalización era un proceso irreversible. El mundo bipolar anterior a la implosión soviética dio paso al mundo monopolar del pensamiento único y la democracia liberal. Fenómeno que se ha extendido como una gigantesca ameba capaz de fagocitar pueblos y fronteras con la velocidad de la Internet.
La “novedad”, denunciada por Pareto (1848-1929), de que no todos los países son iguales, es decir, que no todos tienen el mismo nivel de desarrollo, ni persiguen los mismos fines de satisfacción social, ha obligado a la ameba del consumismo mundial a modificar su avance inexorable. El aspecto económico ha sido el más agresivo y el cultural ha “mediocretizado” la forma de pensar, pero en el campo social las aguas bajan turbias.
Con la globalización, las grandes empresas multinacionales han pasado a dominar los Estados. Bajo su influencia, ponen y quitan leyes y en algunos países, son gobierno. Inconcebible pero cierto, tal integración mundialista ha llevado a la formación de grupos multiregionales cuyo poder reside en tener mano de obra barata, ser dueños de las fuentes de agua dulce, producir alimentos, exportar energía y mantener una desigualdad social suficiente que permita producir mucho a bajo costo. Por allí asoma el primer Estado Globalizado, el variopinto BRIC (Brasil, Rusia, India y China).
Pero la ameba se ha encontrado en Arizona con un doble muro, material y mental, que obstaculiza la movilidad social necesaria para que USA pueda seguir produciendo bueno, bonito y barato. Por la frontera con México es más fácil que pase una lata de cerveza que un mexicano en busca de empleo, educación, salud y seguridad.
Estados Unidos es un país de inmigrantes, hecho por inmigrantes, pero sus aborígenes fueron excluidos de la ecuación del progreso y ahora sobreviven en las reservaciones indígenas donde el “nazionalismo” del hombre blanco los ha arrinconado otorgándoles los casinos: la industria del vicio, cuyos productos son el alcohol y el juego. La globalización en Arizona tampoco respeta la historia. Los mexicanos que eran dueños de ese territorio, ahora son tratados como los patriotas de las trece colonias trataban al hombre negro llevado al país de los “hombres libres”, ilegalmente y por la fuerza.
Hoy, sus herederos del Tea Party, criminalizan a los hambrientos inmigrantes indocumentados, pero aceptan y protegen a mercenarios que escapan de la justicia internacional porque son “terroristas buenos”. En la aplicación discriminatoria de su “rule of law” no hacen lo mismo con los que escapan de la inseguridad y la pobreza. Tampoco quieren que sus hijos sean ciudadanos del lugar donde han nacido. Mientras tanto, en el cálculo político eleccionario, los legisladores republicanos también se oponen a reformar las leyes para otorgarles, a los emigrantes de la miseria, los mismos privilegios que en el Acta de Naturalización de 1790 los Padres Fundadores le conferían a sus antepasados europeos.
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