La droga es lo de menos
Y, de repente, saltó la espita. El ex presidente del Gobierno Felipe González reclama ahora un acuerdo internacional para legalizar el tráfico de drogas tras ignorar este necesario debate durante los largos años que detentó el poder político. ¿Casualidad? Lo dudo. La violencia y los miles de muertos que cada año se está cobrando este negocio ilegal en México, unido a la estrecha colaboración que mantiene González con alguno de los grandes magnates del país, como es el caso de Carlos Slim, explicarían el repentino interés del ex dirigente por esta espinosa cuestión.
Pero, más allá de las intenciones no declaradas de González, lo cierto es que sus declaraciones han logrado reavivar, aunque sea temporalmente, el debate sobre la conveniencia o no de legalizar ciertas sustancias hasta ahora prohibidas, como es el caso de la heroína, la cocaína o la marihuana, por citar tan sólo las más demandadas y conocidas.
Como suele ser habitual, los férreos defensores del prohibicionismo han reaccionado de inmediato alegando que la legalización desembocaría en un aumento sustancial de la demanda y, por tanto, de los problemas de salud asociados a esta práctica. Sin embargo, los amantes del intervencionismo parecen olvidar que el consumo de drogas ilegales ha crecido de forma constante entre los países que lideran la denominada “guerra internacional contra el narcotráfico”. Asimismo, la legalización de la marihuana y sus derivados no se ha traducido en un crecimiento del consumo entre los holandeses.
Por si fuera poco, cabe recordar que el encarecimiento de drogas legales como el tabaco y el alcohol, así como las recientes restricciones administrativas para limitar su consumo, restringir su venta y prohibir su publicidad, han obtenido un rotundo fracaso. El número de fumadores no ha descendido y los jóvenes siguen practicando el “botellón” en las grandes ciudades de España cada fin de semana. Pese a ello, los prohibicionistas insisten en los mismos errores cometidos durante el reinado de la Ley Seca en Estados Unidos, sin prestar la más mínima atención a los graves problemas y a las decenas de miles de muertos que causa el comercio (violencia asociada al narcotráfico) y el consumo (sobredosis) ilegal de drogas cada año.
Sin embargo, más allá de los efectos que se derivan de la legalización o no de este tipo de sustancias, en el trasfondo de este debate subyace un elemento sustancial, un principio básico cuya vulneración desarma por completo la libertad y el derecho de propiedad de los individuos. Y es que, en este ámbito, la pregunta clave es la siguiente: ¿Es cada uno dueño de su propio cuerpo y, por tanto, propietario de sí mismo? De la respuesta a esta cuestión dependerá todo lo demás.
Si partimos de la base de que cada hombre es dueño de sí mismo, entonces, es libre de hacer lo que estime conveniente con su cuerpo siempre y cuando no dañe ni vulnere los derechos de propiedad del prójimo. Se daría entonces un ámbito de libertad en el que, por supuesto, se incluiría el consumo de drogas ilegales -y, por tanto, su venta-, al igual que sucede en la actualidad con sustancias tanto o más nocivas, como el tabaco o el alcohol. Por el contrario, los prohibicionistas niegan este derecho al impedir o limitar que un individuo consuma tales sustancias, bajo el absurdo e hipócrita argumento de que es malo para su salud.
Por esa regla de tres, tal y como sucede en la actualidad, el Estado se arroga la potestad para determinar la composición de ciertos alimentos, prohibir o limitar la venta de materias grasas y azúcares, restringir su venta o, simplemente, imponer los requisitos que estime en gana por “nuestro bien” (es decir, el suyo). Si uno no es dueño de sí mismo, el Estado puede dictar su vestimenta, su corte de pelo, su movilización y sacrificio en favor del “interés general” de su “líder” o su “nación”; podría determinar la conveniencia o no (exterminio) de su raza, de su aspecto físico, de su salud mental; y, así, sucesivamente, hasta la esclavitud… Y es que, si tu cuerpo no es tuyo, ¿a quién pertenece entonces? Las drogas son lo de menos. La cuestión es… ¿somos dueños de nuestro cuerpo o no?
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