¿Entusiasmado con el reciclaje? Yo no
Pero por alguna razón el entusiasmo de esto se me escapa, así que me sumerjo en la hoja informativa incluida. Una lista de "preguntas frecuentes" y una carta del Comité Asesor de Desechos Sólidos del municipio — ¿qué actividad municipal puede desarrollarse sin uno? — me asegura que el sistema de recogida única hace que desaparezcan las "conjeturas", facilitando más que nunca la eliminación de los residuos. "Al eliminar la separación de residuos", informa, el nuevo sistema podría elevar la práctica del reciclado un 30% o más. En grandes fuentes en negrita, anima: "¡Entusiásmese!"
Miro la "Guía de la Recogida Única del Reciclaje" impresa en colores brillantes, con su abanico ilustrado de desperdicios que pueden entrar juntos al "cubo" sin separarse. Hay dibujos de botellas de plástico y cartones de huevos, libros y latas, bolsas de plástico y periódicos. "¡Todos Juntos!" anuncia el panfleto. Hmm, me parece, tal vez esto será una mejora.
Entonces empiezo a leer la letra pequeña. Resulta que donde el consistorio dice que "elimina el proceso de separación de la basura", lo que quiere decir es que las botellas y los envases de cristal se pueden reciclar, pero no los vasos ni el cristal de las ventanas. Quiere decir que los envases de plástico se pueden depositar en el cubo, pero las bolsas de plástico no. Quiere decir que mientras las cajas tienen que depositarse aplastadas, los cartones de leche y zumo no deben de depositarse prensados. Los fardos de papel de oficina se pueden depositar, pero no los envoltorios en los que vienen. El papel de aluminio hay que prensarlo en bolas de 5 centímetros como mínimo; las latas no hay que triturarlas bajo ningún concepto.
¿Entusiasmado? Más bien no.
Siendo justos, las cosas pueden ponerse peor. Los residentes de Cleveland tendrán que utilizar dentro de poco contenedores de reciclaje dotados de chips de radiofrecuencia y códigos de barras, informaba el Plain Dealer el mes pasado. Esto permitirá al consistorio vigilar a distancia el cumplimiento de los reglamentos de reciclaje por parte de los residentes. "Si un microchip muestra que un cubo de reciclaje no ha sido vaciado en los contenedores en semanas, un supervisor de basuras separará la basura en busca de envases reciclables. Los cubos que contengan más de un 10% de material reciclable pueden desembocar en una multa de 100 dólares". En Gran Bretaña, donde ya está implantado un sistema parecido, las multas pueden llegar a la friolera de 1.500 dólares.
La población de San Francisco, mientras tanto, tiene que separar su basura en tres cubos de colores — azul para reciclaje, verde para desechos orgánicos y negro para la basura — y los infractores habituales que arrojen los posos del café o el té en el cubo equivocado pueden ser multados. En otras ciudades, los residentes tienen que meter la basura en bolsas de plástico transparentes, no sea que se sientan tentados a deshacerse de los desechos reciclables junto a la basura.
¿Todo esto tiene algún sentido? Desde luego económicamente racional no es. A diferencia del reciclaje industrial y comercial — un próspero mercado voluntario que ahorra decenas de millones de toneladas de metal, papel, vidrio y plástico al año — el reciclaje familiar obligatorio es antieconómico. Los estudios de costes muestran que los servicios de recogida pueden salir, de media, un 60% más caros por tonelada de basura que la recogida convencional. En el año 2004, un analista del Independent Budget Office de Nueva York llegaba a la conclusión, según The New York Times, de que "sale entre 30 y 48 dólares la tonelada más caro reciclar el material que trasladarlo a basureros o incineradoras".
Pero si el reciclaje de la basura doméstica hace que todo el mundo se sienta bien y a gusto, ¿por qué tiene que ser por ley? ¿A qué vienen las multas y los microchips informáticos? Los programas de reciclaje obligatorio "obligan a la gente a desperdiciar recursos valiosos en una búsqueda quijotesca para rescatar lo que sensatamente desecharían", escribe el economista de la Clemson University Daniel K. Benjamin. "A fin de cuentas, los programas de reciclaje reducen nuestra riqueza". ¿Qué motivo de entusiasmo es ese?
- 23 de enero, 2009
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