Las Farc: Murió el verdadero líder
La operación que acabó con la vida del Mono Jojoy supone un espaldarazo al nuevo Presidente, aunque el éxito de la misión hay que buscarlo en la política de seguridad de Álvaro Uribe. Sin su empecinamiento en cazar al Jefe Militar de las Farc, labor en la que empeñó varios años y cuantiosos recursos humanos y materiales, Juan Manuel Santos no podría celebrar hoy su primer gran golpe contra el terrorismo, el que más le duele a la banda armada y el que demuestra que es tan duro como su predecesor.
De los otros fallecidos en el 2008 que pertenecían al Secretariado, “Raúl Reyes” era importante pero nadie significativo entre la tropa; “Iván Ríos” tenía una personalidad demasiado arrogante y una mente tan dogmática que resultaba difícil que se granjeara el cariño de sus hombres. Sus bajas, por tanto, no fueron tan decisivas aunque la de Reyes fue llamativa por ser el primer miembro del Secretariado en caer en combate. Pero “el Mono” era el referente de las Farc, el guerrero adorado por los subversivos rasos, revestido de un halo de imbatibilidad. Ninguno de los jefes que quedan vivos poseía su carisma y liderazgo. Si bien Alfonso Cano fue el elegido para ocupar el lugar de “Manuel Marulanda”, la base hubiera preferido ver a la cabeza de la organización armada al Mono.
La baja del comandante, hijo de guerrillera y miembro de las Farc desde 1975, es la que Uribe hubiera querido exhibir antes sus compatriotas, la que hace más felices a los colombianos, que veían en él la encarnación de la barbarie guerrillera. Su muerte, además, llega en un momento oportuno para el Ejecutivo.
En el primer mes de Santos, las Farc y el ELN lograron asesinar a cuarenta policías y militares, dando la impresión de que ganaban terreno, de que la política de seguridad estaba agotada y que Santos no sería capaz de conducir sus ejércitos a la victoria. El cadáver del Mono devuelve la confianza en su capacidad y en su firmeza.
Pero el éxito militar no puede dar paso a triunfalismos. Las Farc tienen una asombrosa facilidad para adaptarse a las circunstancias más adversas y renacer de sus cenizas. Pronto habrá un sustituto en el Secretariado y “Alfonso Cano” intentará asestar algún mazazo terrorista para volver a levantar la moral de los suyos.
Tampoco la desaparición del Mono indica que se acerca un proceso de paz. La guerrilla nunca negocia cuando no sienten que tengan ventaja y como para ellos el tiempo no corre, preferirán esperar. Y el gobierno actual es reacio a escuchar los cantos de sirena que suelen entonar algunas voces en momentos como este. Confía más en la dureza y en la posibilidad de encadenar algunos triunfos que son los que dan en este país popularidad al tiempo que hace morder el polvo al terrorismo para obligarles a pensar en la entrega de armas pactada y a gestos serios como, por ejemplo, liberar a los veintidós policías y militares secuestrados, uno de los cuales cumplirá trece años en cautividad en noviembre próximo.
Santos, sea como fuere, tiene motivos sobrados para celebrar, como los tiene su ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, que ya empezaba a escuchar críticas pese a llevar tan solo un mes largo en la cartera. Ha entregado a los colombianos una noticia que llevaban años aguardando y que imprime las dosis de optimismo que estaban perdiendo.
Si a la muerte del Mono sumamos la de “Romaña”, otro carismático jefe aunque de un escalón inferior, podremos concluir que el 23 de septiembre se convirtió en el día más negro hasta la fecha de la banda terrorista. Porque vendrán otros oscuros, hasta llegar al “fin del fin”.
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