Cuba: cambio y fracaso
La Prensa, Buenos Aires
Las reformas plateadas ahora por el régimen cubano merced al impulso de la iniciativa privada –lo ha dicho Fidel con todas las letras, aún con el lenguaje eufemístico de una presunta desmentida sobre una interpretación periodística de sus dichos- surgen de su acuciante realidad económico-social, agravada tras la caída del régimen soviético del cual dependió hasta su colapso.
Ciertamente, el modelo instaurado en 1959 en la isla “ya no sirve siquiera internamente”. ¿Fruto único de los acosos del ‘imperio’ merced a un bloqueo férreo, o derivaciones de la propia debilidad conceptual y fáctica del colectivismo para la satisfacción de las necesidades populares? Veamos.
La economía del atraso previa al castrismo, caracterizada por el monocultivo y la ineficiencia en términos de creación y asignación de recursos genuinamente ‘liberadores’ siguió manteniéndose allí en forma estática: por ejemplo, lo obtenido en materia de ayuda externa proveniente de la URSS alimentó una inmensa burocracia, muchas veces probadamente parasitaria.
Bajo el paraguas de un aducido ‘internacionalismo proletario’, entremezclado con formulaciones defensivas u ofensivas en términos de ‘exportación revolucionaria’- en vez del abordaje de las precondiciones del desarrollo para dejar atrás la primarización de esa economía dependiente, las energías iniciales fueron centradas en el montaje de un engranaje, a la postre, entre socialmente voluntarista y políticamente represivo.
¿Qué fueron, si no, las armas del ‘miedo al paredón’ (muchas veces indiscriminado), el encorsetamiento en los rieles de un partido único, o las violaciones a los derechos humanos por causas tan diversas como la elección sexual o de estricta óptica intelectual o de pensamiento?
Los esbozos de ‘buena salud’ y ‘mejores herramientas para la educación’ –como no podía ser de otro modo, en una articulación sin bases materiales serias- en algún punto contenían el destino del encallamiento, más tarde o más temprano.
Así las cosas, el sacudón de la implosión del régimen soviético palanqueó un primer esbozo de realismo al encomendar Fidel a su hermano Raúl (a cargo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) un monitoreo de ciertas áreas para el impulso de inversiones externas en acotadas franjas de la economía, muy particularmente el turismo. Por cierto se trató de un bálsamo insuficiente como experiencia hacia el desarrollo, pero –socioculturalmente hablando- fue un atisbo de reconexión con el mundo moderno, demandante siempre de progresos ‘en libertad’.
¿Se entiende, entonces, cómo y por qué el fracaso previo fue acumulando tensiones que ahora solo se conciben abordables con ajustes tan severos como el aligeramiento del aparato del Estado -mensurado en 500.000 cesantías estatales en el corto plazo y más de 1.000.000 de puestos de trabajo en solo tres años- como ‘llave’ hacia un futuro sustentable? Y no es todo, es cierto. Habrán de soportar cimbronazos varios y esfuerzos organizativos que pueden parecer homéricos.
Se autorizará –dicen- el trabajo asalariado y se estimulará la creación de ámbitos de cuentapropismo y de acción cooperativa con un progresivo reconocimiento de determinadas opciones de acumulación individual. ¿Música china o vietnamita?
Claro que hace más o menos medio siglo, aquí, la experiencia frondicista impulsó un proceso de ‘democratización de la economía’ merced a la adopción de formas de iniciativa privada para la explotación de más de 50 empresas del grupo ‘DINIE’, o bien de un sinnúmero de líneas de transporte público y de ex imprentas estatales traspasadas a trabajadores-propietarios. Proclamando entonces ideas supuestamente modernizadoras, Cuba pareció atrasar cinco décadas.
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