Pensando en el gasto público…, sin olvidar a Bastiat
El debate sobre el tema fiscal suele ser ríspido. A ello contribuye la desafortunada costumbre de permitir que el verdadero análisis de los datos sea reemplazado por la falsa síntesis de la pseudo-ideología. Esa que se escucha de uno y otro lado. Y que nada le aporta a quienes debieran ser, pero suelen no ser…, los beneficiarios del gasto público.
Convengamos que la terminología no ayuda: si hablásemos de "bienes públicos" financiados con el aporte de los contribuyentes, y no de "gasto público" a secas, con la connotación negativa que implica, comprenderíamos mejor el vínculo que debiera existir, pero suele no existir…, entre los impuestos que el Estado cobra y lo que la sociedad recibe a cambio.
El énfasis de la acción estatal, y en esto existe consenso entre los economistas, debiera ser "pro-pobre" y "pro-crecimiento", simultáneamente. Ambos objetivos no tienen por qué ser excluyentes, como muestran varios países recientemente encaminados al desarrollo: Irlanda, Chile y los tigres asiáticos.
La problemática no es exclusiva de El Salvador: la semana pasada el economista Orlando Ferreres publicó en La Nación, de Buenos Aires, un artículo titulado: "Impuestos aceptables para toda la sociedad", proponiendo "una reforma que simplifique los impuestos…, y los haga fáciles de controlar", para minimizar su impacto en la inversión y favorecer el empleo productivo. Cuidando el clima de negocios.
Aunque Ferreres hablaba de la Argentina, sus reflexiones aplicarían perfectamente a El Salvador, donde el Ministerio de Hacienda acordó a inicios de este año con el Fondo Monetario Internacional un "escenario macroeconómico base de mediano plazo", según el cual los ingresos tributarios pasarían de ser el 13.1% de los $22,260 millones de PIB estimados para el año 2010, al 16.1% de los $30,327 millones de PIB estimados para el año 2015.
Es un compromiso ambicioso, porque implica pasar de una recaudación impositiva de poco más de $2,600 millones en 2009 a recaudaciones estimadas de $2,916 millones en 2010 y de $4,883 millones en 2015.
Es decir, supone un incremento en la recaudación de casi $2,000 millones al cabo de cinco años. Puesto en otros términos, exige que la recaudación crezca en un 67.4% en dicho lapso, equivalente a un aumento anual sostenido del 10.9% en los montos recaudados.
La parte fácil es hacer que los impuestos lleguen a representar el 16.1% del PIB en 2015, un porcentaje nada extraordinario en términos internacionales. La parte difícil, pero no imposible, es que tal incremento porcentual de la carga tributaria sea compatible con el crecimiento económico requerido para que el PIB alcance los $30,327 millones en 2015.
Es decir, supone un incremento en el PIB de más de $8,000 millones al cabo de cinco años. Puesto en otros términos, exige que el PIB crezca en un 36.2% en dicho lapso, equivalente a un aumento anual sostenido del 6.4% en el tamaño de la economía. ¿La clave? Cuidar el clima de negocios.
Viendo el gran impacto recaudatorio que puede producir un incremento de tres puntos porcentuales del PIB (16.1% vs. 13.1%) cuando se lo compagina con la sostenibilidad del crecimiento, queda clara la importancia de focalizar los subsidios (transporte, gas, electricidad, y agua), que representan alrededor del 2% del PIB. Reducirlos será como tener un incremento adicional, de ese monto, en la recaudación.
Claro que en nada contribuye al buen clima de negocios que ciertos diputados que dicen ser de derecha, mostrando un bajo aprecio por el derecho, aparezcan en un spot televisivo exigiendo una rebaja por decreto (¿y la seguridad jurídica?…) del 30% en las tarifas eléctricas. Decepcionante populismo.
Finalmente, al hablar del gasto público nunca debemos olvidar a Frederic Bastiat, pensador francés del Siglo XIX, quien al observar el actuar de muchos, tanto con disfraz de izquierda como de derecha, reflexionó: "El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de los demás". La historia universal, desafortunadamente, lo evidencia frecuentemente.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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