“La solidaridad y el mercado”
Una de las más intuitivas y también equivocadas percepciones sostenidas por, quizás, la mayor parte de la gente es que las condiciones de vida de los pobres cambiarían si los ricos fuesen realmente generosos y solidarios.
Esta intuición deriva de la idea que muchos tienen de que la economía de un país es como un pastel: el pedazo que tú te comes ya no me lo puedo comer yo. De ese modo, el mundo se mira en términos de que para que “Pedro” sea rico muchos Juanes tienen que ser pobres.
Esa idea estática de la economía no refleja la realidad, cuando los mercados funcionan razonablemente bien, esto es decir que, cuando la generalidad de las personas intercambian voluntaria y pacíficamente bienes y servicios todos ganan. El pastel crece de tamaño porque, por ejemplo, el que compra un artículo paga su precio porque le sacará más provecho y el que lo vende porque con el dinero del precio estima que obtendrá más ventajas. Por lo menos así lo creen ambos y, de equivocarse, pagarán los costes de no haberse informado adecuadamente.
Es debido a que cada uno de nosotros puede sacarle más fruto a ciertos bienes o servicios de lo que muchos otros pudieran, que pueden darse tantos intercambios del tipo “gana – gana” y que los procesos de mercado enriquecen al conglomerado en general, aunque no de igual manera.
Esta virtualidad de los mercados no puede ser igualada por sistemas de planificación centralizada, como quedó demostrado con el colapso de las economías socialistas, ni puede ser sustituida por la solidaridad de gentes generosas.
Sin embargo, este no es un argumento en contra de la solidaridad, ni mucho menos. La solidaridad es una virtud muy importante, sobre todo, para apoyar a quienes no puedan valerse por sí mismos.
Algunos circunscriben la idea de solidaridad a la que se realiza voluntariamente, reservando para los programas estatales, como el de Cohesión Social, otros términos como el de “asistencia social”. Aquí no he de distinguir entre una y otra cosa pues el punto importante es que la solidaridad es buena y muchas veces necesaria para apoyar a los que están al margen del mercado, pero entenderla como un sustituto para generar prosperidad generalizada, sobre todo para los de menores ingresos, sería un grave error.
La solidaridad estatal, esto es, cubierta con cargo a los impuestos, es en general menos eficiente que la voluntaria pero algunos piensan que hay un imperativo moral de que todos contribuyan en alguna medida, por medio del Estado, a sufragar programas para los desvalidos. Eso implica, como contrapartida, una enorme responsabilidad de transparencia por parte de los órganos de gobierno encargados de ello.
En ese orden de ideas, mientras las prioridades gubernamentales se enfocaran, realmente, en los más pobres y se rindieran cuentas cabales, es probable que la idea de solidaridad estatal fuera menos cuestionada.
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