El adiós a Lula
Las elecciones presidenciales de Brasil no traerán sorpresas. A lo sumo, el detalle será si habrá que esperar hasta fines de octubre para que sea consagrada Dilma Rousseff como la nueva presidente de Brasil, marcando, a partir de ahí, un nuevo tiempo para el gigante suramericano.
Es difícil que a los encuestadores les pase lo que le pasó a los de Colombia. Tampoco es probable que se repita un milagro como el de Chávez que perdió las elecciones legislativas y por una suerte de magia bolivariana logró un 50% más de bancas que la triunfante oposición, algo que deslumbró al matrimonio Kirchner que se apresuró a felicitarlo y a pedirle la fórmula. Otro milagro como éste no se conocía desde la época de la multiplicación de los peces y los panes y parece difícil que se repita un tercero por lo menos hasta que pasen dos milenios más.
Las elecciones de Brasil, el caso brasileño, muestran características bastante interesantes, que también se dan en otros países de la región y que ponen de relevancia la importancia que tiene el funcionamiento efectivo de las instituciones democráticas y en el marco de ellas, la actuación de partidos de oposición, serios, respetables, no complacientes.
Brasil, Chile, Perú y Colombia son hoy por hoy países que se pueden jactar no sólo de cifras económicas inmejorables, sino también de un funcionamiento democrático sin crispaciones. En todos ellos, más allá de problemas, altibajos y acomodamientos “de largada”, de cada país y de su propia historia, tiempos y procesos, en todos actúa la oposición fluidamente, no hay presiones indebidas que conspiren contra las separaciones de poderes y la libertad de prensa se maneja dentro de márgenes bastante aceptables.
En Chile, Colombia y Brasil, además, se ha dado el caso de que han habido “delfines” casi desconocidos, o por lo menos que aparecieron como candidatos sin caudal electoral propio. Sin capital político y que salieron a operar al mercado con un “préstamo grande” del gran “multimillonario” en encuestas populares que, muy a su pesar -quizás- y por imperio, precisamente de la fuerza de esas instituciones democráticas debieron abandonar la dirección de la empresa. Ricardo Lagos, con más del 60% de la opinión a su favor dio todo su apoyo a Michelle Bachelet, para triunfar en una en carrera peliadísima. En Colombia quienes apoyaban a Alvaro Uribe, y a favor estaban 7 de cada 10, difícilmente iban a optar por otro candidato que no fuera Juan Manuel Santos, quien además fue su ministro de Defensa. En Brasil, Rousseff, quizás la que hubo que buscar más en el fondo de la galera, no es que sea la candidata del Partido de los Trabajadores, (PT), es la postulada de Lula. Es como si fuera Lula. Es lo que ha dicho en la campaña.
Por supuesto que en la campaña. Después la cosa cambia. Cada nuevo presidente quiere perfilar su imagen. No va a seguir bajo la tutela del antecesor. Pasó con Bachelet y Lagos. Han pasado pocas semanas y ya casi nadie se acuerda de Uribe. Asumirá Rousseff -salvo un milagro- y será el adiós a Lula.
Pero Lula ha ocupado muchas primeras planas, seguramente no será un adiós cualquiera. Ha sido un hombre de grandes picos: hacia arriba y hacia abajo. Los hacia arriba han tenido grandes titulares, los hacia abajo, no tanto. Son las ventajas que da el poder. Será bueno ver que pasa ahora.
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