Un Nobel para la libertad
El Periódico, Guatemala
La Academia Sueca explicó extrañamente el Premio Nobel de Literatura otorgado a Mario Vargas Llosa: por su “cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Menudo galimatías. Mucho más sencillo era haber declarado que premiaban al novelista vivo más notable de la lengua española.
A Mario lo sorprendió la noticia en la Universidad de Princeton, donde dicta un curso este semestre. Óscar Haza, periodista dominicano de Miami, le hizo la primera entrevista tras la concesión del Nobel. Estábamos en el aire, junto a su hijo Álvaro, celebrando el triunfo cuando lograron comunicarse. A Mario se le había olvidado que por estas fechas los académicos suecos seleccionan al ganador. Siempre madrugador y cuidadoso, preparaba su clase cuando recibió la llamada de Estocolmo.
Desde que en 1981 publicó La guerra del fin del mundo merecía este reconocimiento. Probablemente el único galardón importante que no había recibido en la larga lista de premios y distinciones que le han otorgado a lo largo de sus 74 años. En este caso, si moría sin el Nobel de Literatura, habría sido otro fallo imperdonable para una institución que ignoró a figuras como Kafka, Joyce o Borges, mientras premiaba a algunos escritores de menor calado.
Sin embargo, hay un fenómeno extraliterario que agiganta moralmente a Mario Vargas Llosa: la permanente defensa de la libertad que el peruano, junto a su familia han convertido en un leitmotiv. No hay tirano latinoamericano que no haya enfrentado sus críticas. No hay un demócrata perseguido que no encontrase su mano amiga cuando llamó a su puerta. No hay una protesta pública que no lleve su firma si la causa vale la pena. Incluso, creó y preside la Fundación Internacional para la Libertad, en colaboración con el economista argentino Gerardo Bongiovanni, para difundir las ideas en las que cree.
Para los latinoamericanos esto es muy importante. Vivimos en una peligrosa tembladera política en la que la libertad y la democracia siempre penden de un hilo. En el pasado, los militares se apoderaban del Gobierno, pero hoy la amenaza más obvia proviene de mandatarios electos que utilizan su autoridad para desmantelar el Estado de Derecho y convertir el sistema judicial en instrumento para perpetuarse en el poder y perseguir a sus adversarios, como ocurre en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador. Frente a ellos, por la legitimidad de origen que poseen, gobiernos democráticos e instituciones como la OEA permanecen en silencio, y sólo las protestas encabezadas por grandes figuras consiguen abrirse paso hasta los titulares de los medios de comunicación.
Esta defensa de la libertad le ha resultado muy costosa a Mario Vargas Llosa. Los amigos de las tiranías lo han acusado de haberse vendido a Washington o de agente de la CIA, y no han escatimado los peores agravios y calumnias. Incluso, poner en peligro su vida, como sucedió en Rosario, Argentina, hace dos años, cuando los grupos comunistas más violentos apedrearon e intentaron quemar un autobús en el que viajaba con otros escritores participantes en un seminario organizado por la Fundación Internacional por la Libertad.
¿Qué sucederá con Mario ahora que posee el Nobel? Nada especial, salvo en un aspecto que ha destacado con humor su hijo Álvaro: ya nadie volverá a mortificarlo con la incómoda pregunta de por qué este año no le concedieron el Nobel. Por fin se hizo justicia.
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