Origen del ideario liberal
En América Latina asociamos la palabra liberal con un sentimiento secularista, en parte por las políticas anti Iglesia observadas por nuestros liberales. Por tanto, choca aprender que originalmente las ideas de la libertad fueron esbozadas y defendidas por creyentes. De hecho, los autores católicos de la Escuela de Salamanca, entre ellos Juan de Mariana y Francisco Suárez, escribieron extensamente sobre la dignidad de la persona libre, la propiedad, el derecho natural, el dinero, el libre comercio, la guerra y la justicia. Retaron con valentía a sus autocráticos monarcas en controvertidos temas fiscales y militares; exigieron respeto por los derechos inalienables de los súbditos. Su discurso teológico se acompañó de una defensa filosófica que calaba en círculos más amplios.
Ellos influyeron directamente sobre Grotius y Samuel von Pufendorf, quienes a su vez transmitieron las ideas en comunidades protestantes. Conocemos a los principales autores del despertar intelectual en Escocia –Thomas Hobbes, John Locke, David Hume, Adam Smith– pero tal vez no sabemos que ellos se sabían deudores y seguidores de sus antecesores españoles. La errónea conclusión que Escocia origina el ideario de la libertad puede explicar una cierta resistencia católica, ya sea por un cierto sabor protestante, o por una creciente tendencia escéptica y agnóstica (Hume, sobre todo, intenta una explicación “sin Dios”).
Los escritos de dos escoceses, Gershom Carmichael (1672-1729) y Francis Hutcheson (1694-1746), nos permiten ver que el método escolástico y el razonamiento del derecho natural a la Salamanca siguió siendo fundamental para la escuela escocesa. Carmichael se preocupó, ante todo, por la felicidad de los seres humanos, que incluye cumplir con la voluntad de Dios. Pregona asentar la sociedad sobre el respeto al derecho natural de las personas; lista como derechos naturales el derecho a la vida, la integridad física, la fidelidad, la reputación y, sobre todo, la libertad de actuar. Es decir, actuar con libertad dentro de los límites de las “leyes divinas comunes”. Hutcheson agrega que “debemos promover el bien común de todos, y el de las personas particulares, tal que el segundo no obstruya el bien de otros”. Él entiende que el bien común surge cuando las personas persiguen sus aspiraciones sin lastimar a otros ni violar el derecho natural, sirviendo además a los demás. Tanto es así que ambos autores ven como imposible una pacífica coexistencia cuando las personas no son libres de perseguir sus lícitos sueños. La libertad personal es un requisito para la felicidad humana, no un fin en sí mismo.
Muchos caminos nos llevan a Roma. El hecho que ateos, agnósticos y utilitaristas presenten argumentos a favor de la libertad personal, no nos impide armar un sólido caso “con Dios”. Los primeros defensores de la libertad eran ante todo hombres que deseaban vivir en coherencia con su fe.
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