Por fin, un Nobel justo
Creados aproximadamente en la misma época, los Premios Nobel y los Juegos Olímpicos modernos son vigorosas muestras del ascenso y el afán competitivo del capitalismo europeo, que han perdurado hasta nuestros días, ahora con el firme apoyo de los medios masivos. El inventor de la dinamita, quizás arrepentido de los efectos de su ingenio, legó su patrimonio a científicos y escritores meritorios.
Se sabe, se ha dicho hasta el cansancio, que en la adjudicación o en la negación del Premio Nobel de Literatura se han cometido grandes injusticias, entre ellas (la más grave) la cometida con nuestro Jorge Luis Borges. Es cierto, pero basta de lloriqueos. Tampoco lo tuvieron Marcel Proust, Franz Kafka o James Joyce, ni -hablando de escritores en español- tampoco Alfonso Reyes, Luis Cernuda o Idea Vilariño.
Por eso motiva un sentimiento de regocijo que el premio correspondiente a 2010 haya sido otorgado a Mario Vargas Llosa. No hay premio más justo ni recompensa más esforzadamente ganada. Su obra narrativa es monumental, no tanto por su respetable extensión como por su diseño e intenciones. Si se buscan comparaciones, acuden a la memoria los grandes novelistas del siglo XIX: Balzac, Tolstoi, Melville. Sólo que es indudable el carácter latinoamericano y peruano de Vargas Llosa. Su propósito es reconstruir, en una impresionante y casi involuntaria saga, la historia encarnada de su propio continente. El poder y la opresión; el conflicto de las viejas y las nuevas etnias. Un denso itinerario que va desde el Colegio Militar de La ciudad y los perros hasta el ocaso del trujillismo en La fiesta del chivo ; desde los quehaceres del prostíbulo amazónico de La casa verde y la dictadura del general Odría en Conversación en la c atedral hasta la guerra de Canudos y el homenaje a Euclides da Cunha en Brasil, en La guerra del fin del mundo . Sus historias son más consistentes y, sobre todo, más creíbles que la historia oficial. Sus personajes respiran vida.
La peruanidad de Vargas Llosa determina los límites del escritor, pero en realidad concluye por iluminar sus ventajas. Los límites están dados por el alejamiento territorial, las dificultades de la vida intelectual y las tristezas provincianas de la vida social. Sin embargo, la identidad del Perú se construye, contradictoriamente, en la quiebra, jamás recuperada, de sus glorias coloniales, mediante las cuales Lima se convirtió, por mucho tiempo, en el centro urbano más importante de América del Sur. Después de la independencia, el gradual predominio de las grandes ciudades y puertos del Atlántico, sumado a la perdida guerra del Pacífico contra Chile, contribuyeron a que esos fastos se borraran, hasta terminar moviéndose en una apacible decadencia. Esta tensión espiritual, sin embargo, brindó a sus escritores una mirada melancólica, desconfiada y perspicaz, capaz de atravesar los convencionalismos. Por eso, el Perú, aun antes de Vargas Llosa, o cerca de él, tuvo a escritores tan notables, y no siempre bien conocidos, como César Vallejo, José María Arguedas, Julio Ramón Ribeyro, Luis Loayza y Alfredo Bryce Echenique.
Hay que mencionar aquí al colombiano Gabriel García Márquez, el amigo enemigo de Vargas Llosa y anterior narrador latinoamericano laureado con el Nobel. Esperamos todavía un comprensivo estudio crítico que someta a cotejo las técnicas y el lenguaje de estos dos grandes contadores de cuentos, que no podrían ser más diferentes, y que no pueden ser, tampoco, más complementarios. ¿Realismo mágico contra realismo a secas? ¿Imaginación contra observación? No hay respuesta simplista.
Quedan por mencionar las opciones políticas de Vargas Llosa, su honesto y algo estereotipado liberalismo, de fuerte impronta popperiana, que lo ha distanciado de la manifiesta simpatía por la izquierda de su primera juventud, y que le ha traído tantos aplausos como condenaciones. Es una posición que, por su esquematismo (que a veces parece incompatible con su matizada obra literaria) puede no compartirse, pero que merece respeto, porque siempre se arriesga en defensa de la libertad y la diversidad. Su candidatura presidencial, derrotada finalmente por la de Alberto Fujimori, fue su paso más importante por la política "real". Bastó para situarlo en el no tan pequeño grupo de escritores e intelectuales latinoamericanos que estuvieron cerca del poder o creyeron estarlo, desde el mexicano José Vasconcelos hasta el venezolano Rómulo Gallegos y el chileno Pablo Neruda. Y, tal vez, para hablar de próceres, desde Sarmiento y José Martí hasta el panorama, más exiguo, de hoy.
Por fin, el Comité del Premio Nobel de Literatura ha hecho justicia, y ha dado su recompensa a uno de los mayores y auténticos escritores de lengua española, por añadidura nativo de América latina. Bienvenida sea la decisión. Borges también era muy diferente de él, pero amaba la buena narrativa.
© LA NACION
- 23 de enero, 2009
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