El origen del atraso latinoamericano
El Periódico, Guatemala
Andrés Oppenheimer acertó de nuevo. Hace unos años su libro Cuentos chinos fue un bestseller. Su descripción del crecimiento económico de China, cuya economía en 1985 era como la brasilera y hoy es la segunda del planeta, debió haber sido una especie de aldabonazo en la conciencia latinoamericana.
Ahora Oppenheimer regresa con ¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las doce claves del futuro. Lo publicó Debate en México y es probable que se convierta en un componente esencial de nuestra más antigua y viva polémica: por qué América Latina es pobre y subdesarrollada. Desde que el uruguayo José Enrique Rodó publicó Ariel en 1900 exploramos el tema sin encontrar una respuesta universalmente satisfactoria.
La tesis de Oppenheimer, como el dios Jano, tiene dos caras. Por una parte están las raíces culturales generadoras de una actitud poco práctica ante la vida: una sociedad que gradúa más abogados y psicólogos que ingenieros o especialistas en informática. En ese sentido, paradójicamente, el libro está dentro de la tradición de Ariel, pero mientras Rodó reivindicaba el componente espiritual del latinoamericano, frente al materialismo del Calibán anglosajón, a Oppenheimer le resulta lamentable ese rasgo predominante en Hispanoamérica.
¿Hay remedio para el atraso relativo latinoamericano? Sí, pero sólo si se produce una profunda y duradera reforma educativa. Ese es el otro caballo de batalla que recorre su libro. En lugar de continuar discutiendo sobre los males de la Colonia o los viejos y continuados errores de la República, hay que observar cómo enseñan y aprenden los finlandeses, dueños del mejor sistema educativo del planeta; qué hicieron los israelíes en medio del desierto para construir una sociedad libre y altamente desarrollada; cuáles son los secretos del pequeño y populoso Singapur, una excrecencia geológica situada en el Pacífico, cuya riqueza per cápita es mayor que la norteamericana.
Hombre práctico, Oppenheimer sólo toma en serio los resultados. No pierde tiempo examinando teorías. Sabe que en un mundo globalizado, regido por la competencia, en plena civilización del conocimiento, ganarán los más sabios, productivos y organizados; los más innovadores y creativos, siempre que cuenten con las instituciones adecuadas, y esas personas, lamentablemente, no abundan en nuestros pagos.
En todas las pruebas internacionales en las que los estudiantes miden su dominio de las matemáticas, los latinoamericanos invariablemente quedan en los últimos puestos, casi siempre junto a los africanos. ¿Cómo competir adecuadamente si nuestras masas están peor educadas y nuestras elites no acaban de entender la importancia de la ciencia, la tecnología y la investigación original?
¿Hay algún país latinoamericano que muestre algunos elementos de excelencia educativa? No. Ni siquiera Chile, que está a la cabeza del continente. No hay ninguna universidad latinoamericana entre las 200 mejores del planeta, y apenas comparecen 3 o 4 entre las primeras 500. El pequeño Israel registra anualmente más patentes científicas que toda América Latina con sus 550 millones de habitantes. En Brasil se fabrican aviones, pero eso no lo convierte en una pujante potencia del primer mundo.
¿Por dónde comienza a repararse este secular fracaso? Un amigo banquero, entusiasta incorregible, ha comprado 20 ejemplares de ¡Basta de historias! para regalarlos a los mandatarios latinoamericanos. Ojalá que lo lean. Pero, sobre todo, ojalá que lo entiendan.
- 23 de enero, 2009
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