ABC
La muerte de Néstor Kirchner ha producido una conmoción propia de un jefe de Estado. Quizás porque lo era, porque actuaba como tal, porque la presidenta le dejaba. No solo decidía, marcaba la agenda del Gobierno y era el sucesor anunciado. Por eso su muerte, siempre lamentable en términos personales, es una gran oportunidad política. La reacción inicial, alimentada desde instancias oficiales, ha sido de absoluta orfandad en la peor tradición peronista. Es una reacción muy perjudicial para el país. Evoca los años negros de la Triple Alianza, del terrorismo Montonero y la comparación del siniestro López Rega con el actual valido Julio de Vido.
Kirchner evitó el caos tras el abandono del tipo de cambio fijo e irreversible con el dólar. Pero lo hizo restableciendo la red clientelar del peronismo, el capitalismo de Estado y amiguetes, las mafias sindicales que han arruinado secularmente a la Argentina. El crecimiento económico exige un proceso de cambio cultural y desarrollo institucional. Cambios que en el país austral pasan por abandonar el caudillismo y el populismo; por dejar atrás el discurso ideológico y de enfrentamiento social; por fortalecer las instituciones independientes, por abandonar el excepcionalismo. Kirchner hizo todo lo contrario; se apropió de la Judicatura, del Banco Central, de la Prensa, de todo lo que se movía con relativa autonomía. Para la historia queda la vil batalla contra Clarín o el esperpento de liquidar el Instituto Nacional de Estadística porque los datos de inflación no le eran favorables.
Las comparaciones son siempre odiosas. Pero el mejor ejemplo del fracaso de Kirchner es ver qué ha pasado en Brasil o Colombia o en el mismo Perú. Por no hablar de la brecha creciente, económica y social, con Chile. Lula señala la conversión de la izquierda cuasi revolucionaria a la socialdemocracia clásica. Uribe, la de la derecha autoritaria e intervencionista al liberalismo conservador. Alan García es el ejemplo del populismo transformado en ortodoxia económica. Piñera significa el triunfo de la alternancia en una democracia próspera y consolidada.
Han sido años excepcionales para América Latina. El auge del precio de las materias primas ha permitido sanear las cuentas públicas y el déficit exterior. La relativa fortaleza de sus sistemas financieros, abiertos a la inversión y la innovación exterior, y el desarrollo de mercados en moneda local han amortiguado drásticamente el impacto de la crisis financiera internacional. La emergencia de China y otras economías ha multiplicado el comercio sur-sur y diversificado su base exportadora. La Argentina ha permanecido en gran manera aislada, se ha convertido en un país marginal, fuera de los circuitos de capitales, de inversión y de decisión. Un lastre para las empresas españolas que tanto apostaron por ella. Un país que no cuenta más que en los undiales de fútbol, y ni eso le ha salido bien últimamente. Ese es el legado de la era Kirchner. Por eso su desaparición es una gran oportunidad para el país. Su presencia dominante era una pesada losa. Así lo han entendido hasta los mercados financieros. ¿Lo habrá entendido también la presidenta o habrá que esperar un año hasta las elecciones y rezar para que ese periodo no degenere en caos social?