Dilma presidente: ¿continuidad o nueva etapa?
Tal como vaticinaban las encuestas, el voto popular hizo posible el rotundo triunfo electoral de Dilma Rousseff. De este modo, la candidata de Lula se convertirá a partir del 1 de enero de 2011 en la primera mujer al frente de la presidencia de Brasil. Sin embargo, aquí acaban las certidumbres y comienzan los interrogantes sobre su futuro político, el de su gobierno, el de la política nacional y el de las alianzas regionales que pueda reforzar o debilitar.
Según la descripción canónica de la mayoría de la prensa brasileña e internacional, la suma de los logros gubernamentales de los últimos ocho años, la habilidad y la popularidad de Lula y los desaciertos de Serra permitieron el desenlace señalado. Esta interpretación, que tiene mucho de verdadera, deja a Rousseff en un segundo plano y refuerza algunas de las indeterminaciones más urgentes de cara al porvenir.
Comencemos por la protagonista, sumida en su momento de mayor gloria, tras el trago amargo que pasó al no ganar en primera vuelta. Esta situación le impidió emerger reforzada de la elección y debiendo afrontar mayores deudas tanto con la estructura y los “barones” de su propio partido, como con las otras agrupaciones políticas que conforman la alianza gubernamental. Se insiste mucho en su capacidad de gestión, especialmente en temas económicos, y en su falta de carisma y experiencia política. También en un carácter mucho menos afable y expansivo que el de Lula. La cuestión en este punto es la forma en que las fortalezas y debilidades de Rousseff impactarán en la gobernabilidad y el éxito de su gestión.
Igualmente hay que contemplar la relación con Lula. Es indudable que la candidatura de Rousseff fue creación de Lula y que la deuda con su mentor es inmensa. Pero la duda es si la deuda será eterna o si, por el contrario, la presidente electa, una vez tanteado el terreno, intente volar sola. Hasta ahora las buenas palabras han condicionado la relación mutua. Lula insinuó que no se presentaría en 2014 y Rousseff que lo consultaría tantas veces como hiciera falta. Ahora bien, las decisiones sólo serán de Rousseff y ese precisamente puede ser el terreno del conflicto.
Tampoco hay que olvidarse de la relación de la presidente electa con su propio partido, el PT. Durante su gobierno Lula mantuvo a raya muchas reivindicaciones de los dirigentes “petistas”. ¿Podrá Rousseff hacer lo mismo? Es más difícil. Lula era el líder natural del PT, Rousseff no y su biografía no la vincula al PT hasta fechas recientes. Habrá que ver cuán rápido aprende la nueva presidente a negociar con sus compañeros y evitar una radicalización de sus posturas.
Aquí convergen los intereses y reivindicaciones de los partidos aliados en la coalición victoriosa con los de la sociedad brasileña. Por eso hay que insistir en que el gobierno electo, y los diputados y senadores que con amplia mayoría lo respaldarán en ambas cámaras del Parlamento, forman una alianza de centro izquierda y que el PMDB, el principal aliado, se sitúa en el centro derecha más que en el centro izquierda. Cuestiones de matices, pero la historia del vicepresidente electo Michel Temer, también presidente del PMDB, no es la de un político progresista y obsesionado por las reivindicaciones sociales y el bienestar general. Si se miran las fórmulas presidenciales de Rousseff y Serra, los dos tenían más en común entre sí que cada uno de ellos con su propio candidato a vicepresidente.
La segunda vuelta permitió completar el panorama nacional, con las elecciones a gobernadores pendientes. Paradójicamente en este rubro el PSDB, el partido de José Serra y Fernando Henrique Cardoso, y también de Aécio Neves, salió fortalecido, aunque haya cambiado los equilibrios regionales. El complejo sistema político brasileño otorga mucho poder a los gobernadores y habrá que estar pendientes de su relación con el gobierno federal. Más de la mitad de la población vive en estados que contarán con gobernadores de la coalición opositora (PSDB y DEM). Por otra parte, ya sin el corsé que implicaba la presencia de Lula, la oposición podrá ejercer un control parlamentario mucho más férreo y estridente de la labor gubernamental.
Queda finalmente la política internacional y el horizonte regional, incluyendo las relaciones con los vecinos. La figura de Lula caracterizó la acción internacional brasileña, un proceso éste, el del mayor presidencialismo en la materia, ya iniciado con Fernando Henrique Cardoso. Aquí tampoco Rousseff es Lula, y no sabemos todavía si tendrá el tiempo y las ganas para dedicarse a estos temas, por más que salga inmediatamente de gira internacional con el presidente, para participar en la reunión del G-20. Las dudas sobre América Latina también son grandes. ¿Respaldará Rousseff el proyecto de la Comunidad de América Latina y el Caribe (CALC) o se inclinará por Unasur? ¿Cómo será su relación con Cristina Kirchner, vital para el Mercosur? ¿Qué lugar dará a Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales? Respecto al Mercosur, tras la llegada de Lula y Néstor Kirchner a la presidencia de sus países se afirmó que la asociación regional saldría fortalecida con dos presidentes de “izquierdas”. ¿La presencia de dos presidentes mujeres facilitará las cosas o mantendrá al Mercosur en el territorio de indefinición al que nos tiene tan acostumbrados?
Dilma Rousseff tiene mucho trabajo por delante. Los próximos meses serán decisivos para ver cómo arma su equipo, aunque se plantea la posibilidad de que algunos ministerios vitales, como Economía y Exteriores, vivan una transición más lenta que permita encajar las nuevas piezas con menos traumatismos y menores costes políticos. De todos modos, el período que se abre será de gran interés y grandes cambios y en él la nueva presidenta deberá demostrar que cuenta con los atributos que hicieron posible una votación tan abrumadora a su favor.
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