Una frase de Bob Dylan
"Desconfía de quien tenga más de treinta", solía decir Bob Dylan allá por los Sesenta. Entonces ser joven era ser iconoclasta e izquierdista. Pero la izquierda envejeció. Sus momentos heroicos quedaron estampados en arrugadas y viejas fotografías color sepia. Muy atrás quedaron las imágenes del joven abogado rebelde bajando de la Sierra Maestra, para inaugurar el paraíso socialista en el trópico, la cabellera al viento de Ernesto "Che" Guevara y su mirada de irredento revolucionario y el gesto de niña rebelde de Tania, la guerrillera.
Por esas épocas circulaban por los pasillos clandestinos del país los panfletos incendiarios de las primeras guerrillas. Prometían la toma del cielo por asalto para los más pobres. Secuestrar para siempre la injusticia. La libertad, como fin último de toda teoría y de cada balazo.
Había que agarrar los fierros, combatir, odiar y matar. La guerra no fue una película de aventuras, como les parece a algunos anacrónicos encapuchados de hoy. Fue terrible y sangrienta. Por el camino, a los más fanáticos se les creó sobre el corazón, me consta, una costra de frialdad o de amargura.
Tanto se obsesionaron con "el enemigo": el tirano de verde olivo, violador de las libertades, arquitecto de torturas y traiciones; tanto lo combatieron con los mismos argumentos y estrategias que ellos usaban, que terminaron, como en un juego de espejos, pareciéndose a él.
Después del derrumbe del "campo socialista" , la bancarrota del marxismo y la ruptura de los paradigmas, la imagen que los espejos le devuelven al idealista de ayer, es la del envejecido y crispado intolerante, o la del militarote maleducado usurpando el poder o la del resentido cuya única motivación política es la envidia que le carcome el alma.
Ahora los dictadores, como es la vida, son cosa de la izquierda. Son ellos los del verde olivo, las pistolas y las botas en palacio. Los que llenan las cárceles de opositores, los que amordazan a los medios de comunicación. Los que no toleran la disensión. Los que hacen fraudes electorales desvergonzados como Ortega, tan parecido cada vez más, al primer Somoza. Al viejo Tacho.
Los envejecidos izquierdistas de hoy representan todo aquello contra lo que luchó la juventud de las décadas pasadas. Sí, la izquierda ha envejecido. Y aquí aún más: los mismos dirigentes de hace 30 años, las mismas viejas consignas y de fondo sonando El pueblo unido y Las casas de cartón con los mismos cantantes de hace muchos ayeres. Lo único que ha cambiado es que hoy no andan mochilas, sino camionetas de lujo nuevas para pregonar viejas ideas. La revolución como negocio millonario.
Los pocos jóvenes que los siguen (los hay pero no como el fenómeno masivo de los Setenta) lejos de parecerse a los idealistas de las pasadas décadas, dispuestos a morir, si era preciso, por un ideal y al mismo tiempo inquietos intelectualmente, hoy son muchachos mediocres cuya única vocación es la de proferir vulgaridades a través de la Internet.
Otros, no tan jóvenes, son furibundos y radicales "revoltosos", que se metieron a la guerra después de la guerra. Son los que se escondieron, guardaron silencio y jugaron a la neutralidad durante los tiempos de las masacres, las desapariciones y las cárceles clandestinas. Ahora, cuando ya pasó la tormenta de balas y las capuchas nocturnas, gritan, denuncian, escriben y vociferan anunciando que el pueblo "ya va a despertar y que pronto vendrá la revolución". Seguramente estaban dormidos, drogados o borrachos durante la guerra, donde murieron más de ochenta mil salvadoreños.
Ser rebelde en las montañas, sin sueldo y sin mañana, era, en el mejor de los casos, idealismo, y en el peor, fanatismo. Ser rebelde en la "sociedad civil", donde se cobra un cheque por esa rebeldía, es, en todo caso, un negocio. Hacer negocios no es malo. Lo malo es negarlo y disfrazarlo de rebeldía. La izquierda ha envejecido en edad y en ideas. Ya no hay energías para trotar por las montañas, ni imaginación para ejercer el poder.
El autor es columnista de El Diario de Hoy.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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