El dólar, entre la Biblia y el calefón
Esas confusiones son normales cuando la pseudo-ideología, la de uno y otro lado, sirve de conveniente velo para ocultar la falta de ideas. Eso siendo generosos, y suponiendo que no se trata de falta de entendimiento. Ni de exceso de politiquería. Que son más o menos la misma cosa.
Para unos la dolarización es poco menos que la Biblia. Para otros, es el calefón. Ambos se equivocan, y se equivocan mal. ¡Qué atropello a la razón!, diría el gran Discépolo, autor del tango Cambalache.
Algunos creyeron que con simplemente dolarizar se llegaría al desarrollo. Como si abstenerse de tomar drogas garantizase hacer un buen tiempo en la maratón de Nueva York, sin necesidad de entrenar muy duramente durante años. La droga es la emisión monetaria, claro.
Y otros parecieran sugerir que lo único que le falta a El Salvador para alcanzar el desarrollo económico es… sumergirse en la drogadicción de la emisión monetaria.
Habría que ser muy ingenuo para suponer que luego de una abstinencia de diez años, quien decidiera comprar droga no terminaría con una violenta sobredosis. Es lo que el mundo asumiría. Y con eso es suficiente. Porque hay vida más allá de Comalapa. Y miran.
Los problemas económicos que sufre El Salvador están lejos de ser de naturaleza monetaria, prueba de lo cual es que los bancos tienen una liquidez muy superior a la mínima requerida.
Es entonces cuando comienza el primer coro de ángeles, ese que no necesariamente está integrado por quienes dicen ser de izquierda (hay muchos de los otros…), y que culpa a los bancos porque no otorgan créditos. Como si la confianza, el clima de negocios, y la posibilidad de repago no tuvieran vital importancia para las entidades bancarias, en cualquier lugar del mundo, a la hora de dar en préstamo el dinero de sus depositantes. Que no son todos ricos, ni mucho menos.
La realidad es que existen cuatro formas en que los países obtienen recursos para financiar el funcionamiento de sus aparatos estatales, es decir, de resolver sus necesidades fiscales, siendo la única verdaderamente genuina la recaudación de impuestos.
Las otras tres son el endeudamiento público (que nuestros nietos pagarán con impuestos…), la venta de activos del Estado (que nuestros abuelos pagaron con impuestos…), y la emisión de moneda.
Y aquí es donde comienza a entonar el segundo coro de ángeles, el que recita que las estrecheces de naturaleza fiscal, que son reales pero no insolubles, se deben solucionar con emisión monetaria.
Hay un problemita. En El Salvador no se pueden emitir dólares (salvo que sean falsos…), y como tampoco es seguro que seguirán apareciendo barriles enterrados, habría que desempolvar la máquina de hacer colones.
Pero, ¿qué es la moneda? Lejos de ser un símbolo épico de la soberanía nacional (por Dios…), es algo mucho más prosaico: es deuda no remunerada emitida por un Estado. ¿No remunerada? Porque el Estado emisor a nadie le paga intereses por esos billetes, emtidos a cambio de nada.
El problema es que la emisión monetaria devalúa el poder adquisitivo del dinero, generando inflación, el impuesto más cruel y regresivo que una sociedad puede tener: afecta a los más pobres, a los que tienen ingresos fijos, tales como asalariados y jubilados.
¿Los Estados Unidos emitirán 600,000 millones de dólares para recomprar deuda pública? Quien piense que un pequeño país de Centro América puede hacer las mismas cosas que la primera potencia económica mundial, sin sufrir devastadoras consecuencias internas, definitivamente vive en otro planeta.
Además, la deuda pública salvadoreña está denominada en dólares. Dejemos de pensar en drogas, y entrenemos. Que la maratón es larga y los demás también corren. La gente lo entiende.
Los políticos y los politiqueros, parece que no.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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