¿Puede llevarse a los anarquistas hacia la causa de la libertad?
(Puede verse también Anarquismo: Dos clases por Wendy McElroy)
La pregunta que encabeza este artículo presupone sostener que los anarquistas, bien se definan como colectivistas, bien como individualistas, no han favorecido la causa de la libertad de forma consistente a lo largo de la historia, a pesar de ocasionales destellos de lucidez antiestatista e individualista que predisponen al espíritu crítico frente a los enemigos de la sociedad abierta y la libertad, incluidos los estados del bienestar actuales.
Un tercer género representado por los anarcocapitalistas, a pesar de tener gran audiencia por estos lares gracias a la magna obra de Murray Rothbard, algunos miembros del Mises Institute y el profesor Huerta de Soto, resulta ignoto para el gran público que considera el mero apelativo como una contradicción en los términos. La sustitución en algún momento de los estados por un orden de mercado mundial dinámico, donde agentes privados prestarían los servicios atribuidos a aquéllos ahora, me plantea siempre dudas acerca de su factibilidad. ¿No existiría el riesgo innegable de que esas empresas evolucionasen hasta convertirse ellas mismas en embriones de estados, precisamente para no tener que competir? Aunque podamos hablar de un orden espontáneo al centrarnos en el mercado libre, su existencia no puede concebirse al margen de los actores que interactúan en él. Y sabemos por repetidas experiencias que algunos seres humanos pretenden dominar a otros por la fuerza y, lo que resulta aún más chocante para un amante de la libertad, que muchas personas no tienen demasiados problemas para aceptar esa sumisión.
Ahora bien, en contraposición a esta última corriente que renuncia sin dobleces de la abolición violenta del estado, de forma agudizada por las consecuencias de la gigantesca crisis del intervencionismo actual, saltan a la palestra grupos que reclaman la tradición de los violentos y enfervorecidos anarquistas de finales del siglo XIX y principios del XX. Podríamos resumir el ideario de estos anarquistas en una lucha para destruir el capitalismo mediante la acción directa (léase violencia terrorista). La autogestión de los trabajadores en las empresas y la ayuda mutua entre ellos forman parte también de sus eslóganes más coreados. No obstante, no dudan en "defender" a los funcionarios y a los empleados del sector público, sin explicar la contradicción con su objetivo de liquidar el Estado. Sus mensajes inconsistentes van dirigidos a los gestores de los Estados de bienestar modernos y organismos internacionales como el FMI –quiénes nunca han defendido el laissez-faire y observan incrédulos la "injusticia" de que se les moteje como baluartes del capitalismo– antes de que recorten o reconduzcan los ingentes recursos que controlan. De esta manera, estos seguidores de última hora continúan el tosco voluntarismo de los anarquistas nostálgicos de la tribu (o la comuna) como lugar donde el individuo permanece protegido.
Purismos ideológicos aparte, algunos de los más salvajes manifestantes en Grecia, donde llegaron a matar a tres personas en un incendio provocado en una sucursal bancaria la pasada primavera, enarbolaban proclamas y banderas anarcosindicalistas. Más recientemente, se han producido disturbios en la sede del partido conservador británico, cuando grupos de autodenominados anarquistas irrumpieron en la torre Milibank de Londres, la ocuparon y arrojaron desde su azotea un extintor a los policías que lo rodeaban. Contra todo pronóstico, no mató a nadie. Dirigidos al parecer por el hijo de un conocido (y acomodado) abogado británico especializado en defender ante los tribunales a los miembros de los innumerables grupúsculos de salvadores de la humanidad que acampan en la metrópoli londinense, los estudiantes –acompañados por parte del sobredimensionado personal de las universidades públicas– protestaban contra los planes del gobierno británico de triplicar las tasas académicas que se les cobrará por la matrícula anual, desde las actuales 3.290 a las 9.000 libras previstas para el año 2012. Como se ve, todo muy altruista.
Asimismo, el pasado 11 de noviembre, fiesta de la independencia polaca y los países bálticos, durante el transcurso de una contramanifestación en Varsovia frente a la organizada por el Campo Radical Nacional –grupo fundado en 1935 por Bolesław Piasecki, inspirándose en el falangismo español, para defender una suerte de "totalitarismo católico", lo cual no le impidió colaborar con los comunistas después de la guerra–, jóvenes que portaban banderas rojinegras y gritaban, entre otras frases, "No pasarán" (en español) protagonizaron algunos altercados violentos.
Teóricos anarquistas fueron Proudhdon (refutado por Bastiat en su época), Henry David Thoreau, Bakunin y Kropotkin. En España los seguidores de Bakunin llegaron a formar el sindicato anarquista con más miembros de Europa, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que cumple este año un siglo desde su fundación. Su bandera roja y negra se enarbola ahora por muchachos atolondrados, que, sin embargo, se avergonzarían de levantar los iconos comunistas de la hoz y el martillo sobre una bandera roja, debido al inocultable rastro de muerte y desolación dejado por esta última ideología.
En España, los anarquistas movidos por pulsiones contradictorias lideraron revueltas milenaristas de campesinos que querían ser propietarios autogestionarios, pero usurpando tierras ajenas. Encabezaron el pistolerismo contra los patronos en las grandes ciudades como Barcelona y las listas de enemigos públicos manipulados por agentes provocadores al servicio de conspiraciones políticas. Asimismo, su vesania anticlerical se cobró las vidas numerosos sacerdotes y monjas durante la II República, pero, como en el caso del atentado de Mateo Morral contra el desfile nupcial del rey Alfonso XIII años, muchos años antes, tampoco mostraron excesivos escrúpulos por llevarse por delante las vidas de personas anónimas que concurrían al acontecimiento. Influidos por los teóricos del terror como Georges Sorel, atribuyeron a esas sanguinarias matanzas la virtud de la "propaganda del hecho".
En descargo suyo, algunos anarquistas actuaron con un sentido de la responsabilidad y una libertad de criterio inauditos al tiempo que invocaban sus ideas. El caso de Melchor Rodríguez, evitando que continuaran las matanzas de Paracuellos a mediados de la guerra civil de 1936, resulta paradigmático.
Si partiéramos de una separación del espectro de ideas políticas, cuyo único eje residiera en hallarse más o menos cerca de defensa de la libertad del individuo, encontraríamos a los anarcocapitalistas cercanos a los liberales clásicos, cuya principal preocupación estribaba en controlar y reducir el poder del estado. El liberalismo podría definirse como un anarquismo civilizado desde esta perspectiva. A pesar de los cáusticos comentarios del profesor Huerta sobre la incapacidad del liberalismo clásico para controlar la expansión del estado, ese defecto podría extrapolarse a todos los demás amantes de la libertad.
Los siglos de propaganda anticapitalista dificultan que espíritus inquietos reconduzcan su rebeldía hacia los acuerdos voluntarios, el rechazo de la violencia que no esté legitimada por la defensa, y el descubrimiento de la propiedad dividida (como dijera Hayek de la propiedad privada) como un baluarte para la protección de la libertad del individuo. Desde mi punto de vista, hace falta que estos nuevos jóvenes anarquistas se atrevan a pensar por sí mismos y emprendan unas cuantas lecturas que pulan sus esterilizantes consignas. De lo contrario, se les podrá acusar de ser "grupos antisistema" que quieren que el sistema siga siendo el mismo… pero más grande.
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