Argentina: La nueva prensa militante
Es verdad: nunca como ahora circularon libremente tantas ideas diferentes. Pero con un inquietante matiz, para nada menor: desde que el kirchnerismo llegó al poder, en 2003, y, particularmente, desde el conflicto con el campo en 2008, la fuerza que comanda la Argentina se ha abocado cada día, de múltiples maneras y por medio de sus más variados voceros, formales e informales, a desprestigiar al periodismo, hostigar a los medios más importantes, crear crecientes mantos de sospecha en su torno, amedrentar a sus firmas más reconocidas y fomentar el enfrentamiento entre colegas simplemente porque piensan diferente.
Los intentos de clara intervención estatal en los soportes en que el periodismo se expresa (el papel, el ámbito audiovisual y las compañías telefónicas y de Internet) son cada vez más explícitos, como también la cooptación de voluntades y la creación de medios "amigos" sostenidos por empresarios cercanos al poder y alimentados con generosa publicidad oficial y el atractivo reparto de puestos bien remunerados en esas activas usinas.
La novedad es que ya no alcanza la presión física, verbal y económica, sino que se procura desmoronar su razón de ser desde un lugar más filosófico. Tal fue la salva de escupitajos conceptuales que han mantenido sobre la expresión "periodismo independiente" que hoy ya son pocos los que se atreven a seguir usándola.
Pero no les alcanza: ahora van por más. Ya hace rato que expresan su ateísmo en torno a la existencia de la objetividad y su afán por descentrar de manera bastante grosera la postura apartidaria que procuran tener los "periodistas profesionales" en el ejercicio de su actividad, en contraposición con quienes se vienen reivindicando con orgullo como "periodistas militantes".
El debate se puso al rojo vivo a partir de los polémicos dichos de Martín García, flamante titular de la agencia oficial de noticias Télam, en la nota que publicó este diario hace dos domingos.
"Los profesionales -dijo, parafraseando sin mayor elegancia a Norman Mailer- son como las prostitutas", y justificó el brutal exabrupto así: "Escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan. Los militantes, en cambio, escribimos la verdad al servicio del pueblo. Soy primero militante, después periodista".
Por mucho, muchísimo menos que eso debió renunciar, en tiempos de Raúl Alfonsín, a la jefatura de Télam el periodista Hugo Gambini. Cometió la nimiedad de haber subido al servicio una gacetilla sobre el contenido de su revista Redacción . Otra época. Otro gobierno. Otro respeto hacia el uso de los medios públicos.
Es más: en vez de ensayar al menos un tibio pedido de disculpas por el indiscriminado insulto con el que enchastró a la totalidad de sus ¿colegas?, García terminó redoblando la apuesta cuando días atrás hizo circular un memo interno aclarando (u oscureciendo, según se vea) sus dichos. En esa misiva califica a La Nacion de "enemigo" y, en un despacho posterior de la agencia que preside, definió el artículo que le hicieron de "cachivache", aunque afirma que "en líneas generales la nota dice cosas que yo he dicho". Y agrega: "Lo que hice fue cuestionar «duramente» el concepto de «periodista profesional» que utilizan ellos para hacerle creer a la gente que se comunican directo con Dios".
Desde entonces, el prestigioso periodista Robert Cox ha dicho a cuanto micrófono le han acercado que García debería "renunciar inmediatamente". Durante el homenaje que se le rindió en el Senado la semana pasada, deslizó una frase de sugestivas resonancias: "Hay que buscar el pasado pero no para empeorar el futuro".
¿Cuál sería la diferencia entre un "periodista militante" y un "periodista profesional"? El primero antepone su ideología a la información, a la que interpreta a través de aquélla. Cualquier noticia debe servir, antes que nada, a la "causa". Lo demás se descarta o minimiza. Esto sucede, hasta las últimas consecuencias, en los regímenes totalitarios donde se publica exclusivamente aquello que es útil al gobierno y se silencia por completo a los que no se disciplinan verticalmente al "pensamiento único".
El "periodista profesional", aunque tenga ideología, de todos modos tratará de dejarla a un lado y procurará abordar la noticia sin preconceptos, tratando de mostrar sus múltiples matices y contradicciones. Naturalmente, se trata de una persona y como tal no está exenta de pasiones y puede equivocarse. Por otra parte, se expresará dentro de los márgenes de la política editorial de la empresa periodística donde se desempeña.
¿Qué es la prensa? ¿Qué es lo que se quiere sugerir con el "poder de la prensa"? ¿Omnipotencia, objetividad, chantaje? ¿Es la prensa una institución social o es tan sólo un grupo de compañías comerciales con intereses concretos y cartelizados que venden noticias como podrían vender autos, ropa o comida?
Sin dudas, esa costumbre inveterada de meter las narices en los lugares menos indicados ha molestado y seguirá molestando muchísimo a los gobiernos de cualquier latitud y época. Los que respetan la libertad toman esa natural tensión con resignación. Según el grado de intolerancia, los demás están dispuestos a dificultarles la tarea, hostigarlos, censurarlos, detenerlos y hasta matarlos, como la historia demuestra por medio de múltiples ejemplos.
Antes de la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, la información estaba en muy pocas y selectas manos. Pero con el invento de Gutenberg la penetración de escritos y panfletos en las burguesías de las ciudades elevó las exigencias cívicas y despertó la curiosidad de la gente hacia la política y el manejo de lo público. Los gobiernos ya no podrían hacer las cosas a su antojo porque estarían constantemente monitoreados por esos intrusos ávidos por contar sus acciones. La censura no podía tardar en llegar.
Paradójicamente, la prensa local no nació como negocio sino como expresión de militancia de ideas en confrontación, primero sobre de qué manera sacudirnos el yugo colonizador de España y luego cómo organizarnos como nación. No por casualidad en la dirección de las primeras hojas periodísticas conocidas en estas tierras hay apellidos de próceres como Vieytes, Belgrano, López y Planes, Moreno y Monteagudo, a los que luego se agregaron con proyectos más ambiciosos nombres como los de Sarmiento y Mitre. Tras la caída de Rosas, y con el avance de la organización nacional, algunas de esas hojas se profesionalizan y, sin abandonar sus respectivos idearios, se irán convirtiendo al mismo tiempo en empresas comerciales que se sostendrán con la venta de ejemplares y de publicidad. La aspiración a contar con un público cada vez más amplio, no sectario y, por lo tanto, ecléctico será también un gran reaseguro para ir ensanchando las formas de ver las cosas. Allí se producirá entonces la bifurcación de los caminos de esa prensa y de aquella de índole partidaria (publicaciones nacionalistas, socialistas o de otras ideologías).
Sin embargo, la prensa militante de hace 40 años dejó algunos recuerdos desastrosos. La montonera El Descamisado , por ejemplo, se solazaba contando detalles del crimen de Aramburu. Peor todavía, la ultraderechista El Caudillo publicaba amenazantes mensajes hacia personas que semanas después aparecían asesinadas. Ambas publicaciones, paradójicamente, reivindicaban a un mismo líder: Perón.
El catedrático colombiano Javier Darío Restrepo, a cargo del consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo, de Gabriel García Márquez, analiza este fenómeno, que se reitera en otros países latinoamericanos. "Desde el momento en que un periodista -apunta- se inclina ante las banderas de un gobierno o de un partido, pierde su dignidad, pierde su independencia y, por consiguiente, no está haciendo periodismo, sino caricatura de periodismo."
Si en la prehistoria de la prensa comercial hubo militancia, podría decirse que ésta realiza el camino inverso, ya que ahora hay un sustrato comercial en no pocas expresiones oficialistas gráficas, audiovisuales o de Internet surgidas como hongos en los últimos tiempos, que no podrían sostenerse por venta de ejemplares o de publicidad si no estuviese detrás la mano del Estado subsidiándolos de diversas maneras. Así, hoy mismo no es fácil distinguir quién tiene la camiseta puesta por genuina convicción o sólo por mera conveniencia.
Por cierto no es el caso de Martín García, persona afable y de buen trato, que transitó todos los colores internos del peronismo de ayer, de hoy y de siempre. El miércoles último recibió a Yu Gingchu, director del Diario del Pueblo , el periódico de mayor tirada de China (2.400.000 ejemplares). El visitante le dejó bien en claro el orden de prioridades del diario que dirige: "Nosotros expresamos la voz del gobierno, del partido y del pueblo chino".
El presidente de la agencia Télam, con una sonrisa nostálgica, le recordó con orgullo cómo él y sus amigos gritaban en sus años mozos: "Mao, Perón, un solo corazón".
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