Presupuesto salvadoreño: caminito que el tiempo ha borrado
Un presupuesto es una hoja de ruta. Una trayectoria trazada en el mapa antes de emprender el viaje, que se espera termine siendo parecido al previamente supuesto. Es decir, parecido al "pre-supuesto".
Desafortunadamente en materia de finanzas públicas el camino señalado por el presupuesto suele ser borrado por el tiempo. Especialmente en los países que se acostumbran a la rutina de hacerlos mal, más aún cuando ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo cumplieron. Es entonces que el presupuesto termina siendo un caminito que el tiempo ha borrado.
Cuando está bien estimado, por el contrario, el presupuesto es una herramienta útil que facilita la correcta administración de los recursos disponibles, cualquiera sea el carácter de la institución de que se trate. Indicando, a priori, el orígen y la aplicación de los fondos necesarios para su funcionamiento.
¿Origen? Impuestos o endeudamiento. ¿Aplicación? Seguridad, justicia, salud, educación, etc. Además de subsidios desenfocados y otros eventuales despilfarros, claro. Porque esas cosas también son aplicaciones. Pero de las malas.
Sean sus autores de izquierda o de derecha (pre-suponiendo que lo sean…), los aspectos relevantes de un presupuesto estatal son tres: a) la factibilidad de que los ingresos proyectados puedan ser alcanzados, b) la razonabilidad, medida por su impacto social, de la distribución de los egresos, y c) la eventual necesidad de endeudamiento adicional.
En ninguna parte del mundo es esperable que el presupuesto planteado por un partido de izquierda coincida exactamente con el planteado por uno de derecha. No es que las finanzas públicas tengan signo político…, sino que la ideología que distingue a los unos de los otros debiera reflejarse en una diferente concepción sobre las funciones que debe cumplir el Estado. Eso no significa que izquierda y derecha no puedan entenderse, claro.
Es la discusión, muy válida, entre un Estado grande y uno chico. Que no debiera confundirse con otra discusión, muy ingenua, entre un Estado fuerte y uno débil. Para poder hacer cumplir las leyes el Estado tiene que ser fuerte, lo cual no implica que necesariamente deba ser grande. Pero un Estado débil sólo sirve a los delincuentes.
El presupuesto general de la Nación de 2011 es sumamente optimista al estimar ingresos tributarios por $3,281.3 millones cuando la proyección de cierre de 2010 es de $2,910.4 millones. Es decir, no resulta consistente suponer que habrá un incremento de $370.9 millones (12.7%) en la recaudación tributaria cuando en el mismo documento se dice que la economía crecería apenas un 2.5%, y que la carga tributaria aumentaría en menos de un punto porcentual del PIB. Esos números no cierran.
El oficialismo debiera dar respuestas técnicas a estos cuestionamientos, pues el "cierre" terminaría haciéndose, por default, con más endeudamiento público que caería sobre las espaldas de los contribuyentes, que en 2011 ya estaremos destinando más del 28% del presupuesto a pagar deuda. Esperemos que no aparezca algún iluminado que proponga no pagar.
La oposición, por su parte, debiera hacer un análisis mucho más propositivo. En efecto, poco aporta a la sociedad un sombrío documento opositor de 45 páginas, donde las únicas tres recomendaciones de gestión aparecen en la página 39, y son la muy vaga de "racionalizar gastos", la demasiado genérica de "congelar 10% (¿por qué no 15%?…) de los gastos corrientes", y la alegremente voluntarista de "procurar que funcione bien lo relevante (¡?): seguridad, salud y educación". Y que haya felicidad eterna, les faltó agregar.
El Salvador merece que se eleve el nivel del debate. El oficialismo debe revisar en serio las premisas de sus números. Y la oposición debe ser propositiva de cara a la sociedad: sería muy saludable que presentase una propuesta propia de presupuesto. Experiencia en confeccionarlos se supone que tienen.
No habría que perder las esperanzas de que, a oficialismo y a oposición, este caminito del presupuesto, juntos un día los vea pasar. De lo contrario, seguiremos resignándonos a decir "caminito adiós".
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y c olumnista de El Diario de Hoy.
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