Para interpretar a WikiLeaks
El Periódico, Guatemala
La filtración de WikiLeaks ha desatado una tormenta en las relaciones internacionales, en el aparato de seguridad de EE.UU, y en muchos gobiernos que se han visto o saben que se verán en situaciones, en el mejor de los casos bochornosas, y en el peor inmanejables. Conforme se procesen los documentos habrá revelaciones que carezcan de importancia mundial o histórica, pero que pueden tener cierta pertinencia y estridencia, principalmente dentro de cada país: los de México armarán escándalo en México, los de Brasil en Brasil, etcétera.
Para poder entender lo que viene es pertinente esclarecer rápidamente el protocolo seguido para estos documentos, y otro tipo de comunicaciones, entre representaciones y capitales en todas las cancillerías. Primero hay que señalar que los 250 mil documentos filtrados son del Departamento de Estado incluyendo su sección de inteligencia (INR), pero no hay documentos de la CIA, el NSA o la DEA: el aparato formal de inteligencia. Esto no significa que algunos de los autores –el consejero político, el segundo de la misión o el embajador– no sean parte de la inteligencia, solo significa que son documentos más bien diplomáticos que de espionaje. También hay que hacer notar que la mayoría de los documentos en el Departamento de Estado tienen tres propósitos: a) informar a Washington de una conversación con un funcionario, un empresario o un político de oposición de cierto país (MEMCON); b) son informes que reportan a Washington lo que la prensa de un país dice sobre tal o cual acontecimiento, anuncio o visita de un alto funcionario; y c), algunos textos –los más divertidos e interesantes pero los menos frecuentes– incluyen opiniones del autor sobre la persona con la que se reunió, el suceso o sobre la postura del gobierno local.
Todo esto se sabe porque documentos similares a los de WikiLeaks ya han sido consultados antes a través de la Freedom of Information Act; o bien al revisar archivos con 20 o 25 años de reserva (en algunos casos antes por historiadores que necesitan saber el punto de vista de la embajada de EE.UU. –por ejemplo, la de La Paz, Bolivia, cuando falleció el Che). Otra acotación que conviene señalar es que, aparentemente y con excepciones, los documentos de WikiLeaks, a diferencia de los que se consultan en archivos, vienen sin tachones. En otras palabras, se mantienen los nombres y las partes editoriales o personales más jugosas.
El problema de todo esto estriba en lo que sigue: si un funcionario, un empresario, un periodista, un intelectual, o un narco ya no puede sentarse a platicar con un diplomático de EE.UU. sin correr el riesgo de que su conversación aparezca en los periódicos semanas o meses después, entonces esas conversaciones dejarán de tener sustancia. Quienes hemos estado en situaciones en las que los interlocutores hacen público el contenido de conversaciones celebradas bajo la premisa explícita de secrecía y confidencialidad, sabemos lo peligroso que puede llegar a ser una filtración.
Me congratulo de que Julian Assange haya filtrado estos documentos, porque creo que al final la transparencia es preferible a la opacidad. Pero sólo al final. La inmensa mayoría de los informes van a ser ciertos: no hay razón para que un funcionario norteamericano reporte a su jefe una conversación de manera fabricada. Habrá muchos osos, pero no mayores a los que ya han causado en el pasado funcionarios norteamericanos, mexicanos, cubanos y de otras estirpes que han filtrado documentos y conversaciones secretas. En WikiLeaks quedarán comprometidos personajes de izquierda, como Nelson Jobim, el actual ministro de Defensa de Brasil (que puede perder su ratificación por reunirse demasiado con el embajador de EE.UU.), o nacionalistas empedernidos del PRD y del PRI que, en conversaciones con funcionarios diplomáticos en la embajada de EE.UU. en México, habrán dicho palabras impronunciables afuera. Nadie se puede quejar: sopa de su propio chocolate.
- 23 de julio, 2015
- 25 de noviembre, 2013
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