Cumbre de Mar del Plata: si al menos trajeran alfajores
En efecto, en el 2005 allí se celebró la Cumbre de las Américas, donde el recientemente fallecido Néstor Kirchner había hecho gala de su falta de diplomacia maltratando a los invitados poderosos, simplemente porque denostarlos en público le garantizaba el aplauso de sus seguidores. Fulbito para la tribuna local.
Esta vez fue el turno de la Cumbre Iberoamericana, donde la viuda y sucesora de Kirchner (suena a S.A. de CV…, quizás sea casualidad) recibió a los mandatarios visitantes. El lema de la reunión fue "Educación para la inclusión social". Más oportuno imposible.
El tema fue abordado, como era previsible, con esa insoportable levedad del ser. Me refiero a la del ser político. Una pena, porque el país anfitrión tenía una historia de éxito, no muy conocida, para contar: la ley 1420 de educación pública, laica, y obligatoria del año 1884 había sido un factor clave para que en pocas décadas (las últimas del Siglo XIX y las primeras del Siglo XX) la Argentina dejase de ser una pampa salvaje y se transformase en uno de los primeros diez países del mundo en PIB/cápita.
En 1930 su economía era similar a la de California, que ahora es la quinta economía del mundo. Luego vino la historia del fracaso populista, muy conocida, que hizo retroceder las cosas en materia económica, aún cuando en asuntos educativos la Argentina sigue siendo un referente de la región. De esa educación pública surgieron los únicos tres premios Nobel que América Latina tiene en ciencias: Bernardo Houssay (Medicina, 1947), Luis F. Leloir (Química, 1970) y César Milstein (Medicina, 1984).
Fueron dos los pilares que marcaron el despegue económico argentino de finales del Siglo XIX: el institucional y el educativo. Y cada uno de ellos tuvo una figura señera: Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento.
Alberdi, con su libro "Bases y puntos de partida para la organización política", marcó la pauta de la Constitución liberal de 1853, pudiéndose resumir su pensamiento en el siguiente texto: "El gobierno no ha sido creado para hacer ganancias, sino para hacer justicia; no ha sido creado para hacerse rico, sino para ser el guardián y centinela de los derechos del hombre, el primero de los cuales es el derecho al trabajo, o bien sea la libertad de industria". Impecable.
Sarmiento, por su parte, presidente argentino (1868-1874) tenía una obsesión por la educación primaria, y repetía "hay que educar al soberano". Se refería al pueblo. Sarmiento inmortal, dice con razón, su himno.
Seguramente los visitantes no tuvieron oportunidad de conocer mis calles marplatenses. Hubiera sido bueno que las caminaran, y que notaran que pocas cuadras a la izquierda del Hotel Provincial, donde se reunieron, está la calle Sarmiento. Y que pocas cuadras a la derecha, está el bulevar Juan B. Alberdi. Ambos desembocan en la costanera. La educación pública a la izquierda, la institucionalidad a la derecha. Corriendo paralelas, sin interferencias. Quizás no sea casualidad.
Otra expresión reiterada por Sarmiento era "las ideas no se matan". La escribió de camino para Chile, adonde tuvo que exiliarse siendo joven. La expresión original es de Volney, un escritor francés, y los salvadoreños tienen oportunidad de leerla en uno de los redondeles de la calle que une Madreselva con La Cima. Más que oportuna.
Finalmente, a la declaración final de la Cumbre, apenas un listado de buenas intenciones, yo le hubiera agregado un punto más: "traigan alfajores", una especialidad de la ciudad. ¿Cuáles? Havanna de dulce de leche.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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