Libertad y mercado
El País, Montevideo
Una sociedad libre es una sociedad donde el gobierno tiene un poder limitado. Para que eso ocurra, no sólo es esencial que se respeten las libertades políticas sino también las civiles.
Las libertades civiles protegen nuestra vida privada, es decir, aquel ámbito en el que podemos timonear nuestra existencia en función de nuestras convicciones y valores. Las libertades civiles también protegen nuestra vida asociativa, es decir, aquel ámbito en el que podemos asociarnos con otros para alcanzar objetivos comunes. Pero las libertades civiles protegen además un tercer ámbito esencial, que es el mercado. Por eso, entre ellas se cuentan la libertad de industria, la libertad de comercio y la libertad de contrato.
La libre iniciativa económica es vital para ejercer la ciudadanía, porque solamente aquel que es capaz de asegurarse su propio sustento puede escapar a la discrecionalidad ajena. Si para subsistir dependo de la buena voluntad de quien ejerce el poder, me va a resultar muy difícil convertirme en su adversario. Esto explica porqué la libertad política no puede separarse de la libertad económica. Las defensas eficientistas del mercado (es decir, aquellas que únicamente subrayan la superioridad del mercado como productor de riqueza) señalan algo importante pero olvidan este aspecto esencial.
Lo propio de la economía de mercado es que las decisiones se toman en un ámbito despolitizado, es decir, no condicionado por las opiniones políticas de quienes participan en los intercambios. Es extremadamente raro que, en el momento de alquilar una vivienda, alguien me pregunte a quién voté en las últimas elecciones. Pero eso ocurre con frecuencia cuando los recursos y las oportunidades se distribuyen según otras reglas. Si el gobierno se encarga de distribuir las viviendas, probablemente tendré dificultades para alojarme en el caso de ser identificado como un opositor. Si el alimento o las oportunidades de empleo son distribuidos por quien además ejerce la autoridad política, las condiciones se vuelven muy parecidas a las del viejo orden feudal.
La existencia de un mercado que consiga funcionar de manera autónoma es esencial para independizarnos del gobierno. Esto requiere, entre otras cosas, el respeto de mi derecho a disfrutar de los bienes a los que haya accedido por medios legítimos, sin estar sufriendo la constante amenaza de expropiaciones.
Pero, además, esta observación tiene enormes consecuencias sobre el modo en que debemos organizar la educación. Para poder participar en el libre intercambio de bienes y servicios, es imprescindible haber incorporado toda una serie de saberes y competencias. Si no tengo nada que ofrecer, difícilmente podré aprovechar las oportunidades que se presenten. Y si no soy capaz de aprovechar esas oportunidades, tarde o temprano caeré en alguna forma asfixiante de patronazgo.
Un gobierno que fomenta la dependencia del Estado en lugar de preparar a los nuevos ciudadanos para actuar como agentes económicos independientes no sólo está atentando contra la eficiencia económica sino que, a mediano y largo plazo, también está atentando contra la libertad.
- 23 de julio, 2015
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