Wiki-mundo
Nada es secreto. Las recientes filtraciones de WikiLeaks de documentos confidenciales de la política exterior norteamericana confirman que estamos en un mundo cada vez más abierto y transparente. Lo que era privado ya no lo es. Nadie se salva.
En esta era digital hasta un texto íntimo entre amantes puede, en un clic, hacerse público. Las computadoras, como gigantes hambrientos, lo guardan todo. Solo basta saber donde rascar para descubrir lo que antes estaba escondido. Futuros candidatos presidenciales quedarán descalificados cuando en dos o tres décadas se publiquen fotos y frases que hoy, sin ninguna vergüenza, presumen alegremente en Facebook y Twitter.
El trabajo de WikiLeaks se basa, precisamente, en esa nueva premisa del siglo XXI: una vez publicado, nada desaparece. Si algo apareció en una pantalla, quedó guardado en algún lado.
La publicación de más de 250,000 documentos del Departamento de Estado y sus embajadas y consulados en todo el mundo nos permite ver el engranaje de la diplomacia de Estados Unidos. Eso es lo fascinante. Vemos lo que teníamos prohibido.
Es el sueño de cualquier voyerista político. Al leer los documentos de WikiLeaks estamos ahí sentados con el embajador, con el primer ministro, con el opositor y con el general. Y si no nos invitaron a la fiesta, podemos escuchar la música y ver a los invitados desde la ventana.
Los cables y memorandos secretos están llenos de descripciones poco halagüeñas de líderes mundiales, de recomendaciones y cambios de política, de amenazas (veladas y no tanto) y hasta de simples chismes tras una borrachera. Pero todos tienen ese tinte de realismo. Como lector uno se queda con la impresión de que esto es lo que verdaderamente pasa entre políticos y diplomáticos, no lo que aparece en diarios, televisores e internet.
Hay temas preocupantes: el temor del gobierno mexicano de "perder'' territorio ante los narcos, la presencia de espías cubanos dentro del gobierno venezolano y el peligro de que material nuclear en Pakistán termine en manos de terroristas. Hay asuntos médicos, como el supuesto tumor nasal del presidente Evo Morales de Bolivia y preguntas respecto a la estabilidad emocional de la presidenta Cristina Fernández de Argentina. Y hasta rumores de pasillo, incluyendo las parrandas de los primeros ministros de Italia y de Kazakstán, y los trucos para conseguir los números de las tarjetas de crédito de altos funcionarios.
Es un vistazo íntimo a los poderosos. Y eso no les gusta a los poderosos.
Julian Assange, el australiano de 39 años de edad que fundó WikiLeaks, está en la mira. Enfrenta acusaciones de abuso sexual y violación en Suecia. Pero él ha negado los cargos diciendo que son una forma de atacarlo por el impacto mundial de WikiLeaks.
Pase lo que pase con Assange, el jarrón de cristal está roto y ya no hay manera de pegar todas sus partes. Aun si Assange y WikiLeaks desaparecieran, otros seguirán su ejemplo. Hay una urgente necesidad de más transparencia en los gobiernos, particularmente en América Latina.
Yo quisiera saber, por ejemplo, por qué muchos ex presidentes y altos funcionarios mexicanos terminan sus sexenios como multimillonarios. Sus modestos salarios no pueden explicar sus fortunas. ¿Cómo lo hicieron? Estoy seguro que la explicación está escondida en alguna computadora gubernamental. Basta el clic de un informante para que nos enteremos. Ante la falta de justicia para todos, este tipo de filtraciones llenan el hueco.
¿Es legal? Bueno, eso es discutible. Depende de las leyes de cada país. Pero el fenómeno de WikiLeaks pone el énfasis en la transparencia. Todos los funcionarios públicos son, finalmente, empleados de los ciudadanos y votantes y, por lo tanto, están obligados a dar cuenta de sus gastos y acciones. Si no lo hacen voluntariamente, WikiLeaks (o alguien más) se encargará de hacerlo por ellos.
Con WikiLeaks el emperador –y su séquito– se quedó sin ropa. De la misma forma en que Napster en el año 2000 cambió la industria de la música al proponer que todo en la internet debe ser gratis, WikiLeaks está cambiando la política mundial al demostrar que nada, ni lo más confidencial, es secreto.
Lo que antes era terreno exclusivo de los periodistas –como Woodward y Bernstein en Watergate– ya no lo es. Cualquiera, frente a una computadora, puede descubrir y publicar un secreto de Estado.
Efectivamente, vivimos en la "aldea global'' que pronosticó Marshal McLuhan hace medio siglo. Lo nuevo es que las paredes dentro de esa aldea se están haciendo transparentes y ya nadie se puede esconder.
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