La inmigración, ayer y hoy
Una de las cuestiones más movidas en los tiempos que corren es el tema de la inmigración a los Estados Unidos. Ya es harto sabido que este país debe su grandeza, en gran medida, a los inmigrantes, comenzando por los Puritanos que arribaron a suelo norteamericano en l620, y echaron las bases de lo que hoy conocemos por United States of America.
Nunca olvido al humorista cubano Fray Silvestre, que tantas páginas dejó escritas en DIARIO LAS AMERICAS, cuando me decía que esto se había llenado de inmigrantes por la constante propaganda que hacían los propios americanos, exaltando las bendiciones de este país y los beneficios que recibía todo el que ponía los pies en esta tierra.
Fray Silvestre, él mismo un inmigrante, analizaba jocosamente esta cuestión y señalaba que si se quería detener la ola inmigratoria, había que guardar silencio y no pregonar tanto las ventajas de vivir en los Estados Unidos.
Pero lo cierto es que lo que ha hecho de esta nación un país de inmigrantes es, precisamente, el número de facilidades para hacerse de una vida próspera, sin las trabas y angustias que hay que vencer en otras partes. Este es el “équele cuá”, como diría Gastón Baquero, de la avalancha inmigratoria a los Estados Unidos.
¿Y qué de malo tiene el emigrar? Desde tiempos antiguos la emigración ha sido uno de los movimientos que ha impulsado la civilización y ha estimulado el progreso y el desarrollo de los países receptores. Lo que impulsa casi siempre al inmigrante es el poder superar su situación económica, o su situación política. Y es lógico que así sea, y que se busque un país que ofrezca oportunidades para ello.
Hoy se plantea en los Estados Unidos el caso de los inmigrantes que no han entrado en territorio americano por la puerta, sino que han brincado la cerca o se han colado por una ventana. Ya esta cuestión entra en el terreno de la ley, y cae de lleno en el derecho que tiene todo país de regular la entrada de extranjeros en su territorio.
El “sueño americano” debe entenderse no como un regalo para todo el que llega, sea como sea, sino para aquellos que aman y respetan las costumbres de esta nación; que se sienten solidarios con el sistema de vida de los norteamericanos; que se envuelven en los programas y proyectos de beneficio colectivo y que aportan su grano de arena al bien común.
El sueño americano entraña un alto espíritu de cooperación, de tolerancia y de armonía. Y de la adaptación del inmigrante a esa filosofía de vida va a depender, en gran medida, que su desenvolvimiento en los Estados Unidos sea una marcha triunfal y no una frustración y un desengaño.
Aquí conviven diferentes razas y múltiples confesiones religiosas. Aquí se habla una gran variedad de idiomas y se siguen diferentes credos políticos. Pero hay un rasero que guarda el equilibrio indispensable para convivir en paz, y a éste se han adaptado hasta hoy, con las inevitables excepciones, los inmigrantes que van incorporándose a la vida nacional.
Mucho se puede hablar del tema inmigratorio, pero creemos que la nación cumple una honrosa misión con recibir a los que desean de buena fe sumarse a este gran pueblo de inmigrantes, para contribuir con sus dones y talentos a su crecimiento y a su grandeza.
- 23 de julio, 2015
- 28 de diciembre, 2009
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