¿Se han ido los “narcos” a dormir la siesta?
El Heraldo, Tegucigalpa
Con tanques blindados, vehículos militares y tropas especiales, las unidades de "pacificación" de Brasil entraron a sangre y fuego en algunas "favelas" para desalojar a sus "dueños": los narcotraficantes, sobretodo del Comando Vermelho, la mayor y más antigua facción de Río de Janeiro, que nació dentro de las cárceles. Es indudable que semejantes organizaciones no existirían de no ser por el apoyo de funcionarios corruptos.
Ya murieron más de 50 personas, terrible, pero lo peor es que hayan muerto inocentes y que lo justifiquen argumentando que, de otro modo, hubieran muerto más. Desconocen, obviamente, la dura condena que ha hecho, entre muchos, Juan Pablo II a las teorías consecuencialistas y proporcionalistas que justifican el mal con tal de que "sirva para evitar males mayores o consecuencias peores". La verdad moral es que, una sola de estas muertes, es un crimen aberrante.
"No hemos ganado la guerra, pero hemos ganado una batalla importante", dijo un funcionario. ¿Será que los narcos se han ido a dormir la siesta, o será que el negocio sigue siendo tan lucrativo que se reagruparán en otro lugar, con más fuerza? En Colombia la guerra empujó a los narcos hacia México. ¡Qué ironía, cada vez con más crudeza y más cerca de Estados Unidos.
Así es el negocio: los políticos prohíben las drogas, luego negocian corruptamente con los narcos quienes podrán traficar otorgándoles de hecho un monopolio, nacido precisamente de la violencia estatal, que resulta tan lucrativo que empuja a muchos a trabajar en él, a pesar del riesgo.
La contraparte es la pobreza. En Argentina, la represión a ocupantes, ilegales, de terrenos provocó dos muertos y las Madres de la Plaza de Mayo, amigas del gobierno, pidieron la represión y acusaron a los narcos.
Sucede que el gobierno crea la desocupación, con leyes laborales que, por ejemplo, impiden que trabajen los que ganarían menos que el salario mínimo o cerrando establecimientos que no cumplen con normativas estatales y para ello utiliza la coacción (el monopolio de la violencia). Así crea a los indigentes a los que, por cierto, no les queda nada después de pagar impuestos. Con toda esta miseria, los "sin techo" ocupan lugares que no deberían y por ello, por ser los pobres que el gobierno ha creado, les pega duro hasta matarlos.
The Guardian reseña un estudio publicado en The Lancet, que analiza nueve categorías de daño que las drogas pueden causar al individuo (mortalidad, dependencia, discapacidad, etc.) y siete tipos de daños a terceros (crimen, conflicto familiar, etc.). El puntaje surge de la combinación de todas las variables. El alcohol tuvo un porcentaje de 72/100, la heroína 55/100, la cocaína 27/100, el tabaco 26/100, el cannabis 20/100 y el éxtasis 9/100.
El fondo es que el paradigma vigente de la autoridad, es que esta debe tener poder coactivo (violento) para ser tal, es una gran mentira. Mientras que la violencia en todos los casos destruye, la verdadera autoridad, la que construye el bien (ergo, erradica el mal) es la de los liderazgos guiados por la moral, que es una fuerza muy superior porque supone el orden natural al que no hay violencia que pueda doblegar. Para ponerlo de alguna forma, podrán tirarse miles de bombas atómicas y destruirse ciudades enteras, pero esto es nada al lado del infinito universo que seguirá inmutable su curso natural.
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