El discurso de Vargas Llosa
El Imparcial, Madrid
Pocas lecturas he disfrutado tanto últimamente como la del discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura por parte de Mario Vargas Llosa.
Al igual que el público presente, también yo, como simple lector, me conmoví hasta las lágrimas al asistir a ese despliegue de pensamientos y remembranzas, expuestos en el mejor español, a las que volveré seguramente en más de una ocasión como suele hacerse con los textos que, por un motivo u otro, terminan marcándonos.
Quiero destacar dos párrafos, nada más, que en particular ilustran el ideario político del orador, también evocado en su discurso. Me refiero, por cierto, al ideario que Vargas Llosa abrazó después de un difícil tránsito que, al alejarlo definitivamente de las filas del marxismo, le permitiera descubrir a pensadores tales como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper a quienes dijo deberles “mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas”.
El primero de esos párrafos dice: “… Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder; todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos —aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer”.
En el segundo, a su vez, se lee: “Detesto toda forma de nacionalismo, ideología —o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento”. El nacionalismo, añade Vargas Llosa, no debe ser confundido con el patriotismo. En efecto, mientras el primero supone “el rechazo del otro, siempre semilla de la violencia”, el patriotismo, en cambio, es un “sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños […] La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.” (Entre paréntesis, buena parte de las argumentaciones de Vargas Llosa acerca de la literatura afectan precisamente a este punto: contra las identidades blindadas que proclaman los nacionalismos, la literatura tiende puentes entre lenguas, gentes y costumbres, ensombrece las fronteras y crea por lo mismo “una fraternidad dentro de la diversidad humana”.)
A quienes aún no hayan leído la versión completa de este discurso quizá estas pocas referencias puedan servirles de incitación. Los aguarda una ejemplar lección de humanidad, inteligencia y genio literario.
El autor es es politólogo argentino.
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