Mario Vargas Llosa, el político
Quienes han pretendido –desde México, Bolivia, Nicaragua o Venezuela- descalificar las opiniones de Mario Vargas Llosa por la vía de decir que es un gran novelista –que lo es- pero que “la política no es su fuerte”, yerran de cabo a rabo porque entre los muchos merecimientos del Nobel de Literatura 2010, su apasionada y tesonera defensa de la libertad, la independencia intelectual y la democracia es, claramente, una posición política, y situada, por cierto, en el lado correcto de la historia. Me explico.
Entre buena parte de la clase política latinoamericana ha sido una costumbre manida y facilona querer matar al mensajero ante la imposibilidad intelectual y moral de rebatir con argumentos el mensaje. Es una clase política que en la disputa por el poder y en el ejercicio del gobierno se mueve con frecuencia, casi con naturalidad, no solo en el miasma de la corrupción sino sobre todo en el de la superficialidad, la incompetencia y la ignorancia.
Poco le importa a ese mandarinato saber aquello a que, diría Francois Miterrand, la historia obliga, o disponer de una noción siquiera estética para manejar los asuntos del Estado, así con mayúscula. Para infortunio de los ciudadanos que lo padecen, es una elite que no se guía por el compromiso social ni, mucho menos, por coordenadas éticas –allí está para probarlo la caterva de tiranuelos que hoy gobiernan en países, estados, ciudades, partidos, sindicatos o universidades de la región- sino por la obsesión enfermiza de lucrar, en beneficio propio, con los cargos y los dineros públicos.
Combatir esos vicios, como lo ha hecho por años Vargas Llosa desde el periodismo y la literatura, es una forma de hacer política, pero una política basada en causas, en ideas, en valores y en principios en los cuales se cree y por los cuales luchar. Supone defender una manera distinta de hacer política en donde la libertad del individuo, el sistema democrático, las buenas decisiones públicas y el apego a la ley son los fundamentos que hacen posible y duradera una comunidad cohesionada y una convivencia civilizada.
Todo ello es hacer política, sí, pero una política entendida como una actividad noble, que puede contribuir de manera decisiva a organizar la vida de las personas pero sobre todo a mejorar su calidad de vida, a promover el bienestar colectivo y a aportar dosis razonables de felicidad a la sociedad.
Atacar a Vargas Llosa porque, según dicen sus detractores con un desprecio próximo al miedo, no sabe de política, es un recurso poco elegante, sobre todo en estos días. Pero es algo más: es una posición suicida porque es ir en contra de lo que, en esencia, debe ser la política, una tarea que no se reduce a ambiciones y mezquindades –aunque inevitablemente tenga unas y otras– sino que puede ir más allá para ser una misión con fines superiores.
Hace veinte años Alberto Fujimori derrotó electoralmente a Vargas Llosa. Hoy, uno está en la cárcel y el otro es premio Nobel. A eso llamo estar del lado correcto de la historia. Y la política es historia en construcción.
El autor es Director del Instituto de Administración Pública (IAP) y del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (México).
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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