Mario Vargas Llosa: una vida para la libertad
No cabe duda de que en el mundo hispanoamericano el hombre del año 2010 es Mario Vargas Llosa. Después de una vida entera dedicada a la literatura, y más propiamente al mundo de las ideas, ha recibido el reconocimiento que merecía desde hace muchos años y que le había sido esquivo: el Premio Nobel. Aunque se trata del honor más importante que pueda recibir un escritor, éste es uno de aquellos casos en que el encuentro del premio con el premiado hace ganar más al galardón que a quien lo recibe.
Para precisar el punto: Borges no es menos por no haber recibido el Nobel. Al revés, el Nobel es menos por no tener a Borges. Con Vargas Llosa estaba pasando algo parecido: desde hace mucho rato era tan evidente que lo merecía, que cada año que pasaba sin recibirlo era una herida sangrante en la Academia Sueca. Pero la justicia ha llegado y el que, para mí, es el mejor novelista hispanoamericano vivo ha alcanzado la cúspide de su carrera y ha tenido la oportunidad de ser escuchado por millones de personas que lo han visto defender la causa de la libertad con la fuerza y la lucidez que lo viene haciendo hace ya más de treinta años.
Vargas Llosa es un escritor singular. Intelectual puro hasta la médula, rompió con el mito de la revolución cubana y tomó un rumbo muy distinto al del resto de los famosos integrantes del boom. Desde la fascinación por el socialismo migró hacia la profunda convicción de que América Latina, y la humanidad, sólo tienen destino en la democracia y en el pensamiento liberal. Promotor de una sociedad que trata a sus integrantes como adultos, sostiene por lo tanto la convicción en la superioridad de una sociedad de hombres libres, capaces de tomar sus propias decisiones en materia política, pero también en el ámbito personal y familiar.
Ha pagado costos por esta vida entregada a la causa de la libertad: períodos de incomprensión en Perú, de cierto aislamiento en el mundo literario, de vacío en la intelectualidad. Pero Vargas Llosa no es un hombre que se deje llevar por lo políticamente correcto y, por eso, él mismo reconoce con realismo, y cierta dosis de fatalismo, que el momento que vive hoy en Perú es probablemente transitorio. Su libertad de conciencia lo llevará nuevamente en algún momento a decir lo que piensa, aunque ello vaya contra el sentir colectivo.
Su discurso de agradecimiento por el Premio Nobel es una de las intervenciones más notables que se recuerde en esta ceremonia. Su defensa de la literatura como camino en el ascenso hacia la libertad y el crecimiento individual es oportuna y golpeadora. Nos dice que el que navega por las aguas de la literatura conoce mundos nuevos, descubre que se puede llegar más alto de lo que pensaba, que los sentimientos son más profundos y más complejos, que el pensamiento es un laberinto lleno de sorpresas.
Vivimos una época que valora el poder y, por lo tanto, todo aquello que permite tener posiciones de influencia en la sociedad. Las humanidades han sido relegadas al segundo lugar de todo aquello que no es “práctico”. Vargas Llosa nos recuerda con fuerza, lucidez y convicción que ello es un error, que el mundo de las humanidades sigue siendo tan fundamental como siempre en la historia. Tal vez por ello su fascinación por los personajes extravagantes: ellos expresan un poco de lo que todos llevamos dentro, reprimido, educado, pero latente. Cada pueblo de América Latina en algún momento ha vivido su propia guerra del fin del mundo. Hemos estado en Canudos, escuchado al Consejero y vuelto a nacer en esta América extravagante y mágica. En la América de Vargas Llosa.
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