El poszapaterismo
26 de diciembre, 2010
26 de diciembre, 2010
El poszapaterismo
¿Estamos viviendo en el poszapaterismo y no nos damos cuenta? Es muy posible ya que los humanos tendemos a no ver lo que tenemos delante, puestos los ojos más allá. El primero que acabó con el zapaterismo fue el propio Zapatero, cuando en mayo pasado abjuró de cuanto había dicho y hecho en seis años de gobierno, y ha sido también él quien le ha dado el tiro de gracia al reconocer tácita y torcidamente que no se presentará a la reelección. Con lo que cometía la última de sus traiciones: a su partido. Genio y figura.
Zapatero no llegó a la Moncloa con un simple cambio de gobierno. Llegó a cambiar el cambio, a acabar con la Transición, aquel consenso entre las principales fuerzas políticas españolas para traer la democracia a nuestro país, basado en la aceptación de todos, en vez de la imposición de unos sobre otros, como venía ocurriendo. No, él venía a sustituirlo por lo que la extrema izquierda reclamó desde el principio: negar legitimidad a la derecha, acabar con los últimos restos del franquismo, romper definitivamente con la iglesia católica, implantar un modelo territorial, cultural y social que acabase de una vez por todas con la «vieja España», sustituyéndola por los principios de la revolución del 68: feminismo, individalismo, narcisismo, permisibilidad. De ahí que no se preocupara para nada de la economía, y mucho, de la «cultura», o contracultura más bien. Todo lo que hizo, desde la negociación con ETA a la alianza de civilizaciones, pasando por el nuevo estatuto catalán y la ley de Memoria Histórica tendía a eso.
Lo malo fue que, en su ignorancia, no se había enterado de que la revolución del 68 había pasado tiempo atrás y que lo que se nos venía encima era una crisis económica de proporciones planetarias. Como el niño que se ha encaprichado por un juguete o el visionario convencido de estar en posesión de la verdad, siguió adelante con su proyecto incluso cuando todo el mundo se daba cuenta de que ya no servía, si es que había servido alguna vez. En ello ha perdido un tiempo y un dinero preciosos, hasta que la realidad le ha llamado al orden, obligándole a hacer todas aquellas cosas que había creído estaba predestinado a desterrar. Hoy, es un hombre tan atacado por la izquierda como por la derecha, que tiene que apoyarse en el prestigio del ejército y en la lucha contra ETA para presumir de algún mérito, y que pide ayuda desesperada a los que intentaba expulsar de la escena política para cumplir los deberes que le imponen desde fuera. Patético. Y como ya no le queda nadie a quien engañar, trata de engañar a sus colaboradores más leales, que no saben qué hacer con él, aunque al único que está engañando es a sí mismo.
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