Muere una vez más Carlos Andrés Pérez
Originalmente iba a escribir acerca de “¡Yo sigo acusando!”, el libro de Agustín Blanco Muñoz, pero la noticia del deceso de CAP me ha obligado a darle otro sentido a esta nota. Ha ocurrido este sábado 25 de diciembre de 2010.
Si algo es difícil de defender en Venezuela es a Carlos Andrés Pérez. Es el odio a CAP la materia que unió a las personas más disímiles: jerarcas de Acción Democrática (se acuerdan de Gonzalo Barrios, Alfaro Ucero), que le hicieron perder el poder con el juicio político; los “notables” (Arturo Uslar Pietri), los guerrilleros y comunistas de siempre, Rafael Caldera, y por supuesto, Hugo Chávez. Es ese odio lo que justificó y ha seguido justificando todos los desmanes de este régimen que nació del golpe de estado de 1992.
Con CAP coinciden también dos polos de la historia venezolana, la de la opulencia de la Venezuela saudita, y la pobreza institucional del caracazo y los sucesivos golpes de estado, un arco que comienza con una adoración a CAP y termina con el odio del que estoy hablando que ha sido la fuente de la alcahuetería con la que se ha tratado a la tanda de criminales que están azotando desde el poder a Venezuela hoy en día.
Para mí este asunto no es ningún juego; debemos recordar que estos sediciosos que intentaron el magnicidio en Febrero de 1992, quisieron terminar las mismas instituciones democráticas que les permitieron formarse en las fuerzas armadas de la nación, y a pesar de provenir de familias pobres alcanzar posiciones elite, instituciones que permitieron terminar legalmente el mandato de CAP, las instituciones que eventualmente permitirían a esos mismísimos forajidos la toma del poder por medios legales y la misma institucionalidad que le abrió paso a su bicha de constitución; y varios de ellos, los que atacaron la residencia presidencial “La Casona” cometieron sus crímenes desde lo que era mi oficina, la de Dirección de Información y Prensa. Y tal como me consta, este ataque no fué contra ningún objetivo militar o político, sino la casa de una abuela en compañía de sus hijas y nietos, Doña Blanca.
Por contraste, En Abril de 2002, cuando el pueblo desarmado se volcó a la calle a exigir su renuncia, el Forajido Mayor ordenó lo que hubiera sido una gran masacre, pero fue desobedecido, y sale corriendo a rendirse; Carlos Andrés Pérez, ayudado por el profesionalismo de personal como el jefe de Casa Militar, Iván Carratú, aparece en televisión con la majestad que sólo la valentía personal concede, y en ese momento, a pesar del éxito de tres de las cuatro sublevaciones (adivinen, la única que falló en alcanzar sus objetivos fue la del Forajido Mayor), el golpe de estado colapsa inmediatamente.
Es para hacerle daño a CAP, por el odio revanchista de muchas figuras públicas derrotadas en alguna de las muchas victorias de CAP, que el proceso de alcahuetería con los criminales del golpe comienza, el proceso de negación de las grandes conquistas sociales de la democracia venezolana.
Lo necesario me remite a lo histórico, eso que está ahí, irrefutable, eso de lo que se ha encargado de recopilar Agustín Blanco Muñoz en su libro “¡Yo sigo acusando! Habla CAP”.
Admiro en el escritor su arte de la insistencia, el de la acuciosidad para adentrar pormenores, la obra iniciada en agosto 1979, su labor extendida por tres décadas, con una última entrevista en junio del 2010 en Miami, “que no damos por concluida ni siquiera con la publicación”, como dice en la introducción, en su pretensión de hacerla abierta, donde quepa “la participación de los otros, del colectivo”, es la referencia de una época con sus 680 páginas, por la cronología de las circunstancias, datos, testimonios, referencias, índice de nombres, consulta obligada para entender el a día de hoy con su futuro desolador e incierto. Ahora que Carlos Andrés Pérez ha fallecido, por lo menos se ha publicado esta crónica hilvanada con los hechos mismos, y me imagino que se convertirá en la obra capital del tema.
¡Claro!, si Agustín Blanco Muñoz, que nadie se atrevería a decirle “Carlosandrecista”) escribe un libro de CAP, donde se aprecia la vocación democrática de este hombre, acertadamente, es para dejar atónito a cualquiera.
Ahora en cuanto a lo que pasa con CAP desde mi punto de vista, ese odio es muy sencillo de explicar: cometió la infracción cardinal del "Príncipe" (me refiero al manual de política de Maquiavelo): El cambio verdadero. Cambiar la Venezuela paternalista, en que los "empresarios" se limitaban a explotar a la gente con productos a precios controlados y sin competencia de importaciones; la gente que quería continuar pagando menos por la gasolina que por el agua de tomar; la “traición” a su partido, que desde la Presidencia en vez de repartir ministerios, gobernaciones y alcaldías, nombra puros profesionales del más alto calibre y viene a impulsar decididamente un proceso de descentralización del cual cae víctima a los tres años. En su mesianismo quiso darle a Venezuela durante su segunda gestión una democracia más perfecta, lo que necesitó revolver todo eso, y no se lo han perdonado 20 años después.
Medidas de grandes alcances no supieron defenderse, no supieron hacerse entender. No había además, quien lo entendiera, en la mente de esos “partidócratas” con espacio sólo para mezcla de más populismo con ignorancia. El canal del Estado, el 8, cuando eso, que sí era de todos los venezolanos, a veces parecía ser su enemigo. La OCI (Oficina Central de Información) no servía para nada. La peor política comunicacional que tuvo la democracia fue cuando CAP, segundo gobierno, en contraste con el mejor gabinete ministerial, los más preparados ministros; fue demonizado por el su partido AD; por el anacronismo de poner en puestos a sus miembros. Se valieron en definitiva de la inopia de la gente y lo llevaron a donde lo llevaron: a sacarlo de la presidencia, a apresarlo, a defenestrarlo.
¿La excusa usada? que le dio 14 y medio millones de dólares a la naciente democracia nicaragüense para que tuviera un chance de consolidarse. Peculado en favor de Nicaragua, usar ,5M de la partida secreta presupuestados para salvaguardar las instituciones Venezolanas que terminan como ayuda para el gobierno de Nicaragua. Ese fué el delito, evidentemente político.
Me pregunto yo, ¿y qué pasa con los millardos de dólares en Petróleo que el Forajido Mayor ha repartido por el mundo para apoyar tiranías como la de Abdelaziz Bouteflika, o los viajes fastuosos como aquél al Iraq de Saddam Hussein (con retrato de abrazo y todo), para debilitar las ya débiles democracias de Suramérica, para pervertir?. Este régimen ha despilfarrado en eso más de mil veces el monto que bastó para propinarle la muerte política (1993), la cuál el asumió con la frase "Hubiera preferido otra muerte", y dejó el poder. Así, en paz. Lo que nunca veremos de este régimen.
Un libro de Agustín Blanco Muñoz que no se puede dejar de leer. Más allá de la especulación reinante sobre la gestión de CAP, de las acusaciones que reinaron al voleo, de lo incomprendido, de lo reprochable, pues lo hay, de la desinformación, de toda esa gansada que ha preferido condenar su mandato presidencial en paquete en vez de sacar lo bueno de lo malo, de la infamia que lo rodeó, la de los jerarcas aquellos de la Acción Democrática, ajena a los valores impresos por su fundador, Rómulo Betancourt. La de Caldera su homólogo y su componenda, cómplice de Hugo Chávez, cofrades responsables de la tragedia de la Venezuela derruida y sin libertades actual, etc., etc.
En el modo de abordar los hechos el autor, en el modo de exponerlos, se devela lo escondido y se rompen los silencios. Permitirá entonces a Carlos Andrés Pérez mostrarse para poder decir: “¡Yo sigo acusando!” (merecidamente).
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