Así cayó Babilonia

Pero, hoy, los Estados más sofisticados del mundo se sienten desbordados ante la insólita noticia de que, en invierno, nieva. ¡Horror! Y se ven incapaces de hacer funcionar unos artilugios que se llaman quitanieves o de obligar a la autoridad correspondiente a mantener una mínima cantidad de ese material precioso y rarísimo que se llama anticongelante.

Cuando la Unión Soviética se caía a pedazos, los aviones despegaban sobre mantas de nieve, entre dantescas ventiscas y en pistas de hielo. Hoy Rusia se ha europeízado, así que tampoco allí funcionan los aeropuertos. Pero, en aquellos tiempos, en Vorkutá, en el círculo polar artíco, mi avión aterrizó y despegó suavemente entre copos de nieve como pedruscos y a una temperatura de treinta grados bajo cero. A ver si resulta que hay que pedir consejo a aquellos cutrones comunistas. En Moscú, la cota de nieve alcanzaba entonces el medio metro —porque los muy guarros del Ayuntamiento no la retiraban en todo el año—, pero la ciudad mantenía impertérrita su ritmo diario.

La verdad es que hay que caer muy bajo para caer por debajo del nivel soviético. Demasiada avaricia, tal vez. Para hacer unos ahorrillos, se ha estado escatimando en anticongelante. No está mal el ahorro: por cada botella de anticongelante escatimada, varios millones de euros de pérdidas. Como decían nuestros mayores: «¡Así cayó Nínive! ¡Así cayó Babilonia! Y torres más altas han caído.