El Salvador: Ok, ahora acuerden en los intereses de la gente
Veámosle el lado positivo: ante una amenaza externa (no de otro país…, sino externa a sus intereses) las principales fuerzas políticas salvadoreñas mostraron una envidiable capacidad de reacción. Y también de negociación entre ellas, al punto que quienes dicen ser de izquierda y quienes dicen ser de derecha unificaron discursos, decisiones y acciones.
Lo hicieron a la velocidad de la luz. Y eso tiene su lado bueno. Porque dejaron en evidencia que pueden trabajar juntos.
Es cierto que la causa que los unió es, por lo menos, discutible: se coordinaron para transformar en impracticables a las candidaturas independientes. Aunque tampoco habría que caer en la ingenuidad de pensar que tales candidaturas serían la panacea, o que no veríamos excéntricos como Ross Perot, aquel ultra conservador hipermillonario que compitió, incluso, por la presidencia de los Estados Unidos.
Incentivarían, sin duda, la aparición de oportunistas dispuestos a movimientos turbios, en una escala aún mayor de la que se ha visto recientemente con los conocidos episodios de escapismo, dignos de Houdini…, sobre el cual los que dicen ser de derecha siguen sin hacer mea culpa alguno, y sin darle explicaciones a la ciudadanía por haberle pedido el voto para que, una vez en sus curules, casi la mitad de sus diputados se les terminaran escapando. Sorprendente falta de autocrítica de su dirigencia.
Con las candidaturas independientes, también, proliferarían esos especímenes magníficamente descriptos por Joaquín Samayoa como "ingenuos que piensan serían excelentes diputados sólo porque su madre y su tía les han hecho creer que son guapos, inteligentes y visionarios".
Habiendo exhibido ambos, los que dicen ser de izquierda y los que dicen ser de derecha, semejante capacidad de reacción para acordar en sus intereses políticos, al punto de haber podido explicar por televisión, al unísono…, algo tan insólito como las "listas cerradas desbloqueadas" (¿!), es dable esperar que al menos tengan una porción de esa capacidad para acordar en los intereses de la gente. El inicio de un nuevo año les brinda la oportunidad de demostrarlo.
Claro que los políticos no son los únicos que harían bien en mostrar cosas inéditas en el 2011: las gremiales empresariales deberían, con mucha mayor fuerza y claridad que hasta el presente, insistir en reclamarle a las autoridades condiciones que favorezcan la productividad, tales como políticas públicas de calidad. E institucionalidad.
Finalmente, la principal tarea, como siempre, queda en manos de los ciudadanos, que deben decidirse a dejar de creer ingenuamente en ciertas cosas que les han metido en la cabeza tanto los que dicen ser de izquierda como los que dicen ser de derecha. Desde hace ya demasiado tiempo.
Porque es muy fácil, pero tambien muy falso, seguir culpando de todo a los políticos, sin entender que tanto los unos como los otros se sienten cómodos cuando se les permite escudarse detrás de clichés baratos para comportarse como niños caprichosos, que no se hablan. Al menos mientras no se sientan amenazados.
Hay que dejar de comprarles ese juego y exigirles que se hablen, también, para acordar en los intereses de la gente. Que no son otros que esos tan repetidos, casi mecánicamente, en los saludos de estos días: paz y prosperidad.
Pero esos objetivos no se podrán alcanzar mientras los unos sigan idolatrando a mi violento compatriota Guevara, de quien apenas suelen conocer una foto "fashion" y lo poco que les contaron mal, y los otros sigan vociferando himnos que hablan de tumbas donde terminarán los de determinado color. Se equivocan ambos. Y se equivocan mal. Así no habrá paz ni prosperidad.
La sangre y los resentimientos nunca sacaron del subdesarrollo a sociedad alguna. Por el contrario, las hundieron en el clientelismo. En un país donde la mayoría de las personas son jóvenes, con más futuro que pasado, es lamentable observar cómo, de ambos lados, se las enferma con esas referencias a la violencia. Los jóvenes merecen más respeto.
Feliz año 2011. Con paz y prosperidad.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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