Hayek vs. Keynes
Este mes de diciembre tuve la oportunidad de formar parte del Tribunal que juzgó (con la mejor calificación) la Tesis Doctoral de David Sanz Blas sobre el debate entre Hayek y Keynes; referido a las muchas reticencias del primero en torno a la General Theory de 1936, pero remontándose también a la polémica relación epistolar que se produjo en 1931 acerca del Treatise on Money del profesor británico.
Este nuevo doctor forma parte de la generación de jóvenes universitarios (no todos son economistas) que están cursando el Master en Economía de la Escuela Austríaca dirigido por Jesús Huerta de Soto en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, y que poco a poco van ofreciendo al mundo académico (y a la sociedad en general) un nuevo punto de vista sobre las relaciones económicas. También merece la pena destacar la participación de bastantes miembros del Instituto Juan de Mariana en ese proyecto, que ya tiene en su haber algunos resultados destacables. Pienso por ejemplo en el informe sobre Las energías renovables y su impacto en el empleo, o en el flamante estudio sobre La falacia de los impuestos bajos en España; ambos con una más que notable repercusión mediática.
Pero volvamos a lo quería escribirles aquí: el debate Hayek vs. Keynes. Un episodio muy interesante en la historia de las ideas económicas, que generalmente se viene interpretando como una victoria del intervencionismo keynesiano. Lo cual es cierto si nos atenemos al resultado en las políticas económicas. Pero que resulta incorrecto desde el punto de vista de la argumentación lógica.
Como bien explica David Sanz en su trabajo, la crítica de Hayek a las tesis keynesianas fue demoledora y nunca respondida satisfactoriamente por el Lord inglés. Destacaba cuatro errores fundamentales de Keynes: su teoría del capital y del tiempo, su análisis monetario alejado de la realidad, su equivocado enfoque basado en agregados macroeconómicos y su peligroso énfasis en el corto plazo, que tantos males causó (y continúa ocasionando) al desarrollo de la economía.
Como consecuencia de ello, las decisiones económicas de los gobiernos (a partir de la Gran Depresión y hasta nuestra burbuja financiera) han caído también en la trampa de cuatro conclusiones erróneas que se derivan de esa falsa Teoría General: que en realidad (diría Hayek) es una teoría muy "particular", solo para condiciones de abundancia y pleno empleo; que equivoca las relaciones entre la demanda agregada y el mercado de trabajo; que lleva a esa insensatez (lo seguimos padeciendo en nuestros días) de maximizar el gasto público en tiempos de crisis (en vez de impulsar el crecimiento económico); y que sostiene una gran falacia que no conseguimos borrar de las mentes de tantísimos incautos: la de creer que el mercado no sirve para la coordinación económica, pero el Estado sí.
Solamente hablar de esto último nos bastaría para redactar varios Comentarios. Tanto el joven doctor, como dos ilustres miembros del Tribunal (los catedráticos Rafael Rubio de Urquía y Carlos Rodríguez Braun), discutieron allí sobre las razones que llevarían a Keynes a defender esta perniciosa visión del Estado y los gobernantes como óptimos benefactores que cuidan paternalmente de los ciudadanos, manejando hábilmente una información económica supuestamente conocida y tasada. En fin, ya sea por unas graves carencias de formación económica, o por su acreditado espíritu elitista, o por una concepción bienintencionada de los gobernantes y de los funcionarios (o por todo ello junto), la cuestión es que Keynes y sus sucesores abonaron esa desconfianza schumpeteriana hacia el "capitalismo", proponiendo una cierta socialización como respuesta a las crisis que, naturalmente, conlleva el desarrollo de la economía. Y que ha venido germinando en intervencionismo y pérdida de libertad.
Comprendo que el pobre Hayek se saliera de sus casillas ante ese panorama, y pasara toda su vida refiriéndose a los muchos y graves errores del keynesianismo y de la planificación central (de izquierdas, de derechas o de centristas bienpensantes). Porque desde aquellos primeros escritos Contra Keynes y Cambridge, pasando por el Camino de servidumbre; Derecho, legislación y libertad, hasta La fatal arrogancia, vemos su gran empeño en demostrar que el mercado facilita el equilibrio económico gracias a las señales que da un sistema de precios libre; que en cualquier caso la información nunca es perfecta ni inmutable ni objetiva; o que el gran error de los economistas ha sido caer en ese cientismo que diviniza la metodología excesivamente matematizada cuando se aplica a las ciencias sociales. Algo que compartía con su buen amigo Popper, y que (añadíamos en el Tribunal referido) tiene unos antecedentes escolásticos y españoles: recordemos las reflexiones de Luis de Molina sobre la ciencia media o el mecanismo natural de formación de los precios en el mercado, sobre lo que Juan de Lugo sentenciaría: "pretium iustum mathematicum licet soli Deo notum".
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