Un descubrimiento tardío

Hurgando en una librería madrileña de esas en las que uno puede explorar tranquilo sin que le pregunten que desea, adquirí un libro de Juan Antonio Rivera y lo ingresé en mi biblioteca donde estuvo estacionado por cinco años sin que hasta el momento lo haya abordado. Anoche lo desempolvé y lo leí, parte en diagonal y parte detenidamente. No recuerdo que fue lo que me atrajo originalmente de ese libro, tal vez el título ya que soy un seguidor empedernido de Woody Allen. La obra lleva el sugestivo encabezamiento de Carta abierta de Woody Allen a Platón y está editado por Espasa-Calpe. Sin embargo, tal vez no haya sido solo por el título ya que no soy afecto a dejarme convencer por carátulas por más atractivas que parezcan a primera vista. Debo haber visto algo en el contenido que me llamó la atención puesto que estoy cada vez más selectivo con los libros que incorporo a mi ya muy nutrida biblioteca.
Gregorio Marañón, seguramente para ahorrarse tener que escribir largo, dice en el prólogo a la obra de Ramón Solís sobre las Cortes de Cádiz que “cuando los banquetes son exquisitos, los aperitivo huelgan”. En este caso no necesitamos prolegómeno para consignar que la trama es ingeniosa puesto que se trasmiten ideas de filosofía política a través del comentario de una quincena de producciones cinematográficas protagonizadas por muy diversos actores en el contexto de argumentaciones variopintas. El libro abre con una larga misiva apócrifa de Allen a Platón en la que el primero descarga una serie de atinadas imputaciones conceptuales a La República del segundo. Entre las múltiples observaciones se lee en este supuesto contacto epistolar que “No entiendo, para empezar, como esta obra ha gozado de la vitola de progresista desde siempre entre los círculos de la izquierda igualitaria. Si hay algo poco igualitario es precisamente este dibujo del Estado ideal que nos has dejado en la República. La división en tres clases de la población me recordó enseguida la que se podía ver en una película de dibujos animados hecha en el año 1998, Antz […] Tu sociedad utópica está estructurada como el hormiguero de Antz: hay obreros, soldados y, por último, en la cúspide, los mandamases” y concluye esta curioso y meduloso correo de esta manera: “Una sociedad no se hace de este modo; es más, creo que una sociedad no se hace en absoluto: no se debe dejar a nadie que dirija su factura, sino permitir que se vaya ensamblando poco a poco y por si sola”.
Mi sorpresa fue grande cuando comprobé que Rivera cita autores tales como Adam Smith, David Hume, Adam Ferguson, Carl Menger, Robert Nozick, Bruno Leoni, James Buchanan, Ronald Coase, Douglass North, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Milton Friedman y Karl Popper. El asombro se debe a que estos autores son en general ignorados por la literatura convencional y cuando alguna vez se los menciona es para criticarlos con cierta dureza (e ignorancia) lo cual no es el caso en el libro que comentamos, situación que sobresale aún más debido a que me anoticio que la formación profesional del autor proviene de la filosofía, área en general ocupada por la tradición de pensamiento socialista.
Después de este comentario bibliográfico, al lector informado ya no le llamará la atención las citas que siguen de Juan Antonio Rivera. Así, escribe que “la pompa y circunstancia con que son presentados los proyectos colectivos, el aura de magnificencia con que se les rodea, hace que parezca tener pleno sentido pedir a las personas que depongan sus proyectos particulares de vida (los que hayan podido trazar haciendo uso de su libertad de elegir y equivocarse) y hasta que se ofrenden ellas mismas en obsequio de tales planes colectivos. Es fácil, muy fácil presentar como egoísta y de mente angosta a quien se resista a esta labor de amputación de su autonomía individual. La libertad es la primera víctima de cualquier utopía colectiva […] ninguna inteligencia humana puede anticipar correctamente el devenir social. Los acontecimientos históricos obedecen a tal punto a multitud de causas que es pura infatuación intelectual pretender conocer por anticipado sus vicisitudes futuras […] las redes institucionales (mercado, costumbres y tradiciones) que luego interconectan entre sí esos fragmentos de conocimiento dispersos entre muchas personas y en diversas épocas, es muchísimo mayor que el conocimiento que pueda estar albergado en un cerebro humano solo por eximiamente dotado que esté”.
Difícil concebir una mejor digestión de la impronta hayekiana. Sin embargo, si quisiéramos dar un paso más deberíamos consignar que Rivera se encuentra embretado en el muy común “síndrome Hobbes” (aunque destaca que “conviene, muy en particular, no echar en olvido que el Estado, como Leviatán político, puede llegar a convertirse en una potencia homicida”) y no parece estar familiarizado con la últimas contribuciones de autores tales como Anthony de Jasay, Bruce Benson, David Schmidt, Randy Barnett, David Friedman, Murray Rothbard, Walter Block y Hans H. Hoppe en cuanto a las refutaciones a las argumentaciones clásicas de las externalidades, los bienes públicos, los free-riders ni con una visión completa del dilema del prisionero (a pesar de que trata este último punto), ni con las confusiones en torno a “la tragedia de los anticomunes” y, en el contexto de la asimetría de la información, con la selección adversa y el riesgo moral. Pero como se ha dicho “no le pidamos peras al olmo, disfrutemos las naranjas del naranjo”… en el libro que nos ocupa se trata de excelentes naranjas, muy jugosas, de un exquisito sabor y, por cierto, de largo alcance.
De todos modos, en el mundo en que vivimos, el desconocimiento o subestimación de aquel paso adicional a que aludimos no quita mérito alguno a las sanas inspiraciones por poner coto a los atropellos del Leviatán, aunque se insista en retornar a una democracia a la Giovanni Sartori hoy convertida en kleptocracia, y aunque el propio Hayek haya reconocido en las primeras doce líneas de la edición original de su Law, Legislation and Liberty que, hasta el momento, el esfuerzo liberal por mantener el poder en brete ha resultado en un completo fracaso (de ahí que sugiere lo que bautiza como “demarquía” al efecto de despolitizar una de las Cámaras legislativas).
En todo caso, no se trata de adoptar un camino sin más sino de abrir el debate y tener en cuenta que el conocimiento es una senda sin término y que está asentado en la provisonalidad, siempre sujeto a posibles refutaciones. Los Padres Fundadores en Estados Unidos previeron el peligro que intentaron mitigar a través del federalismo, pero, aparentemente, hay una fuerza centrípeta hacia el gobierno central que convierte en una ilusión el fraccionamiento y la dispersión del poder por esa vía, y como ha escrito Edmund Opitz “big government means little people”.
Termino con una nota a pie de página que alude al economista y la libertad. En este sentido, se suele sostener que el economista profesional no puede emitir juicios de valor y solo debe atenerse al consejo respecto a los medios idóneos para el logro de específicos fines. Esto así puesto está mal, es insuficiente y confuso. Por lo pronto, el economista debe sostener y mantener la honestidad intelectual lo cual ya es un juicio de valor y, por otra parte, para que cada uno pueda elegir libremente sus fines particulares debe existir una economía de mercado, situación que constituye también un juicio de valor (además, para que el economista pueda pronunciarse sobre el método más eficiente para el logro de los fines deseados por cada cual, debe operar en una economía de mercado puesto que en ausencia de este sistema la expresión “eficiencia” carece de toda significación). En otro plano de análisis -una vez establecida la economía de mercado- sin duda que no es en modo alguno pertinente que el economista se pronuncie si se debe consumir pornografía o material bíblico ya que ese tipo de juicios corresponden a la axiología.
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